miércoles, 16 de diciembre de 2015

Beni, el vencedor

Desde su adelantada posición podía ver como a su mejor amigo le flaqueaban las fuerzas y como cada paso dado era más pequeño que el anterior, podía escuchar también las burlas y risas del resto de compañeros. En esa competición había un claro perdedor pero, Ravi, la liebre más rápida de todo el colegio, no estaba dispuesta a dejar que así sucediera.

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Beni, un cervatillo soñador y muy inteligente, fantaseaba cada año con ser el ganador de la carrera de fin de curso o, al menos, se resignaba, con no quedar en última posición.
Soportar las bromas de sus rivales era algo que no llevaba nada bien y Ravi sabía que una nueva decepción acabaría con el ánimo de su amigo. Incluso había comprendido que las mofas no eran más que la envidia hacia Beni, pues era el más listo de la clase. Su comportamiento y sus notas eran destacadas por los profesores y admiradas por los padres.
-Porque ¿a quién le importa una estúpida carrera? ¿Qué valor tiene recorrer unos metros de distancia? pensaba.
Definitivamente lo entendió, eran crueles sólo porque Beni era mejor que ellos.

Con cada zancada se acercaba a la meta, retroceder y ayudarle era una estupidez, los descalificarían a los dos y no serviría de nada y fingir una lesión sólo significaría que Beni fuese penúltimo.
Oía el bullicio y los aplausos de unos espectadores ansiosos. Unos aplausos que serían para su amigo.

El circuito se bifurcaba a escasos metros de la llegada. Una señal indicaba cual era la dirección correcta. Ravi la invirtió y esperó escondido a su amigo, contemplando como el resto tomaba el trayecto equivocado. Cuando todos habían pasado cambió, de nuevo, la señal.
Beni no debía enterarse. Lo hacía porque no quería verle disgustado pero si lo descubría se enfadaría con él. Retomó la carrera despacio, dejando que Beni le alcanzase.
-¿Somos los últimos? le preguntó.
Ravi no pudo contestarle, los altavoces emitieron la voz de un presentador entusiasmado anunciando la llegada de los primeros corredores y no obstante del ganador.
Beni no se lo creía pero celebraba su victoria dando saltos como un loco.
Ravi, orgulloso y feliz, observaba las caras de asombro del resto de competidores.
Ese año su mejor amigo sería el merecedor de elogios y felicitaciones.

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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Microrrelato: Homenaje

De una palabra nace una historia. Su protagonista el sombrero.
Relato, de no más de 150 palabras, presentado al VI Concurso de Cuentos y Sombreros de Sombrerería Albiñana. Oviedo.
Resultaba extraño ver su tumba. Muchos eran los curiosos que la visitaban habiéndose hecho eco de lo que en ella había.  
Lo normal, a lo que estamos acostumbrados es a encontrarnos ramos, centros, coronas, flores de colores naturales y de plástico, seres también sin vida que acompañan a los difuntos y los engalanan haciendo de la muerte un bello paisaje.
Quienes contemplaban su sepultura y lo conocieron no podían más que, con una tierna sonrisa, acordarse de sus hazañas pues, los que junto a él descansaban eran sus siempre imprescindibles sombreros, dispuestos en ordenadas hileras, creando una armonía perfecta de formas y contrastes. Representaciones en miniatura de la prenda que le caracterizó. Su sombrero de Campaña, Fedora, Chambergo, Canotier, su elegante sombrero de Copa Alta… Regalos de una esposa enamorada y postrada. Su modo de decirle cuanto lo quería y lo mucho que le anhelaba.


martes, 1 de diciembre de 2015

Microrrelato: Adelante

Una breve pero intensa lectura con la que me presenté al concurso de microrrelatos sobre violencia de género que propuso la biblioteca de San Javier (Murcia).
Que no deje indiferente a nadie.


Se sentía sucia pero no lo estaba. Manchada de odio por la huella que dejan sus dedos al tocarla. Unas caricias que no son más que la fuerza de un deseo que se esfumó. Un anhelo convertido en miedo.
No debía soportarlo. No podía permitir otra humillación, ni tolerar sus malas formas y faltas de respeto. No consentiría que un disimulado golpe la degradase.
Con el primer empujón llegó la vergüenza de un error que no fue tal, el rubor y el desprecio. Sentimientos enterrados como, alguna vez, quiso estar ella.
Tenía que hacerlo, todos sabrían quien era, en realidad. Un ser despreciable, un maltratador.

Colgó su foto en la red y descolgó la línea que le salvó la vida.

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lunes, 23 de noviembre de 2015

Martín y su conejo

A lomos de una montaña vivía Martín con su mamá en una casita de ventanas verdes y tejado azul. Tenían un pequeño jardín donde jugaba todas las tardes con su conejo. Ramón, que así se llamaba, fue un regalo de su padre.
-Hijo, Ramón estará siempre a tu lado y te acompañará en los días que yo no pueda estar contigo. Él cuidará de ti y de mamá, le dijo en el instante que se lo dio.


-Papá quiero ir con vosotros, le suplicó Martín.
-Debes quedarte aquí y ayudar a tu madre. Además es tu obligación ir al colegio y aprender como el resto de niños. Te enseñaré lo que hago cuando seas mayor.
El papá de Martín era pescador y, junto a otros compañeros, pasaba largas temporadas en alta mar. En cada partida Martín esperaba haber crecido lo suficiente para que su papá lo llevará con él pero, ese esperado momento nunca llegaba.

A Martín le gustaba ir al río, elaboraba una caña de pescar con palos que se encontraba en el camino y se imaginaba junto a su papá en el barco.
Una tarde se llevó a Ramón.
-¡Mamá, Ramón viene conmigo, quiero que conozca el río! ¡Pescaremos juntos! le grito Martín desde la puerta.
-Pasadlo bien y ten cuidado, se oyó a mamá.

Lo pasaban genial. Martín hizo un barco con hojas que movía con su caña por el río y Ramón disfrutaba de la rica hierba que crecía en su orilla. Tan entretenido estaba que, sin percatarse, se alejó demasiado y no conseguía ver a su conejo. Corriendo fue en su búsqueda.
Mamá le advirtió y él se había despistado y había dejado sólo a Ramón y, ahora Ramón no estaba.
Sintió miedo. Por un momento, pensó en papá.
-Si no aparece papá creerá que todavía soy pequeño porque no he sabido cuidar de Ramón y no querrá llevarme en su barco, se repetía.
Disgustado regresó a casa y le contó a su mamá lo ocurrido.
-¡Tienes que ayudarme! ¡Ramón ha desaparecido! ¡Papá jamás me enseñará a pescar!
-Tranquilízate Martín, ha sido un descuido. Vamos a encontrarlo y todo quedará en un susto, le animó su mamá.
Martín y su mamá buscaron por el río, preguntaban a quienes veían, miraron en la montaña... Pasaron la noche preocupados por Ramón.

¡¿Dónde estaba su conejo?!

Cuando por la mañana se despertaron Ramón estaba en el jardín. Su mamá no podía creerlo y Martín era el niño más feliz del mundo. Nunca más lo dejaría sólo.
-Hoy jugaremos en el jardín, le dijo a su mamá.
-Es una buena idea, yo jugaré también, le contestó al tiempo que le guiñaba un ojo.

Salieron de casa, Ramón parecía distinto, como si estuviese viendo algo cuando, de repente, asomo sus orejas una simpática conejita que se acercaba a Ramón lentamente. Era la coneja que Ramón vio en el río y por la que se había esfumado. No se separaban.
Mamá les preparó unas cómodas camas de paja en el jardín.
Los días pasaban y los dos conejitos seguían juntos. Pronto sería la llegada del papá de Martín y éste no deseaba otra cosa. Ansiaba ver a su padre, besarle, abrazarle... pero, sobre todo, quería contarle que Ramón iba a ser papá. La conejita estaba embarazada. Ramón sería un gran papá y él cuidaría de la familia.
-Eso sí era de ser mayor. ¡Pronto saldré a la mar!



lunes, 9 de noviembre de 2015

El dragón que no tenía habilidad

Trabajar por y para el ocio y el tiempo libre de los niños es tan gratificante como divertido, a la par de estimulante.
Este cuento es el resultado de la imaginación y creatividad del grupo de niños, con ayuda de una servidora, de una sesión del taller de cuenta-cuentos de la biblioteca municipal de Iniesta.
No dejéis de leer y estimular a los niños con esta herramienta tan valiosa. ¡¡¡Que no falten los cuentos!!!!

Había una vez un dragón que se llamaba Agustín. Era muy pequeño y simpático y vivía en una cueva con sus papás.
Un día se fue por el bosque en busca de amigos con los que compartir y jugar. Caminando se encontró a un oso grande y gordo, Agustín al verlo de ese tamaño exagerado le preguntó:
-¿Cómo eres tan grande?
El oso le dijo que comía muchos peces. Todos los que conseguía pescar en el río, que solían ser de una docena en adelante. -Es muy divertido, si quieres puedes venirte conmigo, añadió.
Agustín accedió encantado. La destreza de su nuevo amigo lo dejó alucinado.



Al día siguiente Agustín paseaba entre los altos y frondosos árboles cuando apareció una serpiente larga y flaca. Al verla de semejante forma le preguntó:
-¿Cómo estás tan delgada?
La serpiente orgullosa de su aspecto le contestó:
-Verás pequeño, soy así porque tengo la piel cubierta de escamas para poder deslizarme, pues me paso todo el día arrastrada por el suelo, soy buena trepadora y con mis saltos alcanzó gran altura. Hago mucho ejercicio.
-¡Guuuaaaauuuu! exclamó Agustín, ¿crees que podrás enseñarme?
Aprendió a saltar pero le era muy incómodo desplazarse a ras de la tierra.




En su tercer día de búsqueda, dragón anduvo demasiado sin ver a ningún animal, estaba muy cansado y decidió parar a descansar. Sin darse ni cuenta se quedó dormido y cuando despertó se asustó mucho porque unos enormes ojos verdes y brillantes lo miraban fijamente.
-No tengo que temer nada, pensó, ¡se parece un poco a mí! Es............. un cocodrilo.
-¡Hola cocodrilo! ¿dónde vas?
-Voy al río a refrescarme y a beber agua, le dijo.
Agustín ya tranquilo le acompañó, él también se sentía sediento. En el trayecto le preguntó:
-Oye cocodrilo ¿cómo eres tan fuerte?
A lo que el cocodrilo le espetó:
-Yo soy el rey del río y tengo que proteger a todos los seres que viven en él.




Dragón era feliz, había hecho un montón de amigos pero, algo en su interior le apenaba. Todos tenían cualidades espectaculares y él... Él no sabía cual era la suya.
En esas estaba cuando , de repente se le posó una mariquita que quería ser su amiga. A ella le agradaban los dragones.
-¡Hola! ¿Quieres ser mi amigo? le dijo.
Agustín antes de responder le preguntó:
-¿Por qué eres tan colorida?
Mariquita le contestó:
-Soy colorida porque me gusta alegrar la vista a todo aquel que me mira.
-Seré tu amigo, le dijo Agustín pero yo no soy bonito ni sé hacer nada y corriendo se fue hacia su cueva.




Se pasó toda la noche llorando y soñando, deseando ser capaz de algo. Tan frustrado y furioso se sentía que comenzó a respirar muy fuerte y seguido. De su nariz surgían pequeñas chispas que él no veía pues trataba de dormir. Como no se calmaba, las chispas fueron en aumento, distintas ráfagas y centellas de una luz abrasadora iluminaban su habitación. Por fin abrió los ojos y comprobó que él, el pequeño dragón, era el causante de semejante espectáculo de luz y calor.
Emocionado fue a avisar a sus padres. Ahora sí que era el dragón más dichoso del mundo, pues igual que sus amigos él también tenía una habilidad especial.

viernes, 30 de octubre de 2015

Halloween era su oportunidad

Habían quedado a las seis, hora en la que hacía su aparición el crepúsculo, tras la puesta del sol.  María, aunque entusiasmada, sospechaba del motivo por el que el grupo más popular de la clase la invitó a salir con ellos.
Era la mañana de Halloween y Raquel, la rubia de las trenzas, la chica por la que estaba todo el instituto se le acercó en el recreo.



-Hemos pensado si te gustaría acompañarnos esta tarde, te vendrá bien un poco de diversión. Iremos al salón recreativo y perseguiremos a los niños disfrazados, seguro que más de uno nos da sus caramelos. ¡Vamos anímate! a tus padres les alegrará saber que no eres tan solitaria como pareces.
Al contemplarla de cerca comprendió porque despertaba tantas pasiones, realmente era preciosa, sus ojos azules oscuros tan profundos como el océano, su nariz delgada dulcemente redondeada, sus labios chiquititos pero carnosos, el color de su pelo amarillo como una mazorca recién recolectada y su voz, su voz sonaba como el canto de un verdecillo.
Tenía la oportunidad que siempre quiso, formar parte de su pandilla y no iba a desaprovecharla. Sería una más, se mimetizaría en su ambiente, en su rollo, hasta tal punto que iban a preguntarse por qué no la habían conocido antes. Y aunque algo en su intuición la alertaba de cierto peligro no quiso darle importancia.
No imaginaba las verdaderas intenciones de Raquel y el resto.

Cuando la vieron llegar disimularon sus sonrisas y algunos gestos de picardía que rallaban la malicia.
-¡María! Qué bien que hayas venido, dijo Manuel, el más alto de los cinco.
-¿Por qué no echamos unas partidas mientras nuestras presas recogen la sabrosa mercancía?, añadió Carmen frotándose las manos.
Carlos y Alfredo golpearon sutilmente la espalda de María y siguieron a Carmen.
Jugaron al billar, al futbolín y terminaron picándose en una máquina de persecución y tiroteos. Todos se divertían pero, lo mejor estaba por venir o, al menos eso creían.
-Ya es la hora, dijo Carlos.
A María le disgustaba la idea de asustar a unos niños inocentes pero no lo mencionó.
-Tenemos que comprar la cerveza, Raquel encárgate tú, a ti no te pedirán el dni.
-¿Cerveza? Preguntó María, pero nadie le contestó.
Salieron del salón, la noche ya estaba cerrada, se cruzaron con un par de fantasmas que miraban el interior de sus bolsas. Las primeras víctimas pensó, más no les increparon.
Se dirigieron a la salida del pueblo, corrieron detrás de unos cuantos niños, momias y dráculas que chillaban en su huida.
Pronto se percató, caminaban en dirección al cementerio.

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Manuel la cogió de los hombros, -estamos intrigados María, siempre tan callada y obediente, envuelta en ese halo de misterio, por eso te hemos traído con los que son como tú.
Los demás escuchaban atentos y dejaron escapar unas escandalosas risas cuando Manuel terminó de hablar.  
Lo había averiguado, a quien pretendían aterrorizar esta vez era a ella.
Pudo zafarse de Manuel y haberse precipitado por el camino de grava que le quedaba a la derecha, con suerte la habrían dejado ir pero, prefirió aguantar y ver lo que le tenían preparado. Sólo hoy se reirían de ella, de lo contrario la mofa continuaría el resto de curso.
La puerta del cementerio estaba cerrada, como supuso la saltaron. Tenía miedo pero no iba a dejar que ellos lo notaran.
Se detuvieron ante el panteón de una niña de familia acaudalada, fallecida tras ser arrollada por una moto cuando cruzó la calle en busca de su balón.
-Seguro que con ella entablas una bonita amistad, comentó Carmen. Vas quedarte un ratito a su lado a ver que te cuenta. No se te ocurra salir detrás de nosotros.
Se reían como locos mientras la abandonaban en mitad del camposanto.
Ni una lágrima, no iba a derramar una sola. Saldría de allí una vez que ellos hubieran desaparecido pero, de repente algo rodó hasta sus pies, sin atreverse a bajar la vista, pensó en el balón de la niña muerta. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, la sugestión hizo el resto, ¡la niña estaba allí! sus piernas se movieron tan veloces como el viento. Saltó la verja sin saber cómo, dejando a los que visualizó como sus nuevos amigos bebiendo cerveza y burlándose de ella.

De vuelta al instituto, después del puente, las sillas y mesas de Raquel, Carmen, Manuel, Carlos y Alfredo estaban vacías. Nadie volvió a verlos. Únicamente María sabía que fue la niña atropellada quien se quedó con sus almas. Así nunca más jugaría sola.

martes, 20 de octubre de 2015

La niña y la rosa

     Cuento que admite juego (rosa y roja). Explicación en la entrada de "indicación/una linda calabaza".

     La niña rubia de las coletas ya estaba ahí de nuevo.
     El pequeño Juan, cada tarde, asomado a la ventana de su cuarto veía cómo la niña se deshacía en llanto sin saber por qué.
     La primera vez pensó que ningún niño quería jugar con ella, la segunda le preguntó a su mamá y le dijo que, probablemente, se habría caído, la tercera tarde que la vio llorar se limitó a observar a su alrededor para entender, a la cuarta Juan estaba allí, en el parque que hay frente a su casa, esperando a la niña rubia de las coletas. Pretendía saber cuál era el motivo que la hacía llorar y, sobre todo, intentaría ayudarle.
     Cuando llegó, el pequeño Juan corrió hacia ella y le preguntó.
     La niña rubia de las coletas lloraba porque quería la flor que crecía hermosa en el único rosal que había en el parque y siempre que intentaba cogerla se pinchaba en alguna de sus numerosas espinas.


     Esa misma noche en casa, Juan dibujó y pintó lo mejor que supo una linda rosa roja.
     Al día siguiente en el parque se la entregó a la niña de las coletas pero ella lloró.
     Se le ocurrió una idea, iría a la tienda de la esquina de la calle de casa, donde vendían de todo, y le compraría la mejor rosa roja de plástico.
     Juan no podía esperar, estaba impaciente porque llegase la tarde para darle la rosa roja de plástico, pero no la quiso. La niña rubia de las coletas anhelaba la rosa roja del parque.
     Un día la llevó al Molino de Quiles, allí crecían flores de todos los colores, plantas silvestres que desprendían distintos olores y árboles de todos los tamaños. Al terminar la visita recibieron unas margaritas pero, la niña rubia de las coletas pensaba en la rosa roja del parque.
     Ya no sabía qué hacer, cómo conseguir que no llorase más.
     Estaba triste, no podía ayudarla.
     Mamá notó que algo le pasaba.
     El pequeño Juan le contó lo que ocurría a mamá.
     Orgullosa de su hijo y de sus intentos por ayudar a la niña le dijo que debía hablar con ella, explicarle que esa linda rosa roja crece así de bonita porque se alimenta a través del tallo que la une a la tierra. Que ella, como nosotros, es un ser vivo y si la corta perderá su intenso color, perderá los pétalos que la hacen tan bonita, perderá sus hojas, su olor y morirá.
    Convencido fue a buscarla. La niña rubia de las coletas entendió lo que Juan le dijo. Le gustaba mucho la rosa roja y nunca haría nada que pudiese estropearla.
    Desde ese instante decidió que sería su rosa roja del parque y cada tarde la regaba, contemplando cómo otras  rosas rojas crecían a su alrededor.



martes, 6 de octubre de 2015

Reflexión: Utopía

¡Dime! Sé sincero.
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¿Qué haces cuando sientes que la situación te supera?
¿Dónde metes la cabeza para evitar mayores consecuencias porque sabes que tu boca no va a quedarse callada?
¿Qué es eso que te da la calma y serenidad necesarias para aguantar siempre un poco más?
¿Quién refrena tus impulsos y apacigua tu carácter?
¿Cuál es el lugar al que escapas y hacia qué dirección conduces tus pensamientos tratando de conciliarte con lo que te aflige?

¡Dime! Sé sincero.
Qué fácil es decir aquello de "al mal tiempo buena cara" desde una posición holgada.
Qué fácil es justificar el comportamiento de otros cuando no nos salpica.
Qué fácil es hacer la vista gorda cuando no queremos darnos por enterados.
Qué fácil es sentir la pena ajena sin que nos desgarre el alma.
Qué fácil es hoy ser y mañana no saber.
Qué fácil es poner la otra mejilla para quien lo aconseja.
Qué fácil es herir la integridad sin pagar las tasas del respeto y la educación.
Qué fácil y qué bien lo hacemos todos eso de hablar de lo que no conocemos e incluso de lo que no entendemos.
¿Cuando somos maestros y cuando simples aprendices de la vida?

¡Dime! Sé sincero.
La labor de unos padres para con sus hijos no es otra que la de inculcar los valores que conformen una conducta digna y sana, basada en el amor hacia lo que les rodea y la responsabilidad que de sus actos se derive.
Desde niños nos educan dentro la norma. Reglas que rigen la convivencia ciudadana y el estado de bienestar social.
Nos enseñan cuales son nuestros derechos, no sin mencionar, por supuesto, nuestros deberes.
Diferencian lo que está bien de lo que no lo está. Imponiéndonos cierto castigo para que no reincidamos en malos actos.
Ensalzan la honestidad, la solidaridad, el socorro y la cooperación. Sentimientos que hacen grandes a las personas.
Nos hablan de compartir, de dar sin recibir, de querer al prójimo como a uno mismo.
Pero, ¿dónde se aprende que son otros los que pueden saltarse el orden? ¿dónde adoctrinan a reunir las fuerzas y la paciencia indispensables para afrontar los baches, en ocasiones, socavones que se encuentran en el camino? ¿dónde olvidan y pierden la vergüenza y consideración aquellos que para subir empujaron y pisaron sin importar a qué o a quienes? ¿dónde acaba lo bueno y empieza lo ladino?

¡Dime! Sé sincero.
La inocencia debería ser innata a cualquier edad.
El poder y la ambición condiciones del filántropo y obtener así un mayor amor hacia las personas. La ayuda a gran escala es la solución a los problemas.
El orgullo y egoísmo tan sólo espinas que enardezcan nuestro amor.
Los celos y la envidia críticas constructivas del cariño a los demás.
La inteligencia la escalera común que nos lleve a un mundo mejor.
El trabajo inherente a todas las personas.
El hambre sólo de deseo.
La guerra ni en los juegos...
Seguiría convirtiendo sentimientos, condiciones, capacidades y realidades en utopías, pues estoy convencida de que sería la única manera de ahorrarnos tantos y tantos dolores de cabeza por las preocupaciones económicas, laborales, relacionales... La única manera de que el vaso nunca se colmase. La única manera de no terminar estallando como metralla. La única manera de no buscar el medio de huir. En definitiva, la única manera de soportar la vida.
O a caso ¿tú tienes la solución? Si no, al menos, cuéntame ¿qué haces cuando todo se desborda?

¡Dime! Sé sincero.

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viernes, 2 de octubre de 2015

Estela, la araña modista

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     Estela, la araña modista, había heredado de su abuela las dotes de costura.
     Todas sus vecinas vestían sus diseños: Quita, la mariquita, siempre con su vestido de lunares blancos, pues se cansó de sus lunares negros, Dulce, la mariposa, no se quitaba el pañuelo de flores que Estela le regaló por su cumpleaños, Mina, la salamandra, tenía una falda para cada día de la semana, Diana, la rana, le encargó una cinta de pelo que le hacía sentir la más guapa del estanque, Tina, la hormiga tan calentita en invierno con su bufanda, hasta Manuel, el ciempiés, cubría sus patitas con guantes de colores.
     Estela era muy feliz cosiendo. Mientras sus amigos corrían y jugaban por el bosque, ella prefería la suavidad de las telas.
     Desde pequeña veía cómo su abuela Eve pasaba días enteros con aguja e hilo. Bordaba todo, las sábanas de casa, toallas y cortinas llevaban la firma de la abuela Eve. Si papá llegaba de trabajar con un botón roto la abuela lo cosía, si Felix, el hermano de Estela se caía y rasgaba el pantalón, la abuela cosía un parche y como nuevo.
     Ella quería aprender, le fascinaba lo que con un palito gris se podía hacer.
     Su mamá le compró un juego de botones y aguja de plástico pero, enseguida se cansó y, por las noches, cuando todos dormían cogía la aguja de la abuela Eve y cosía. Cosía una hoja a la cortina del salón, cosía la servilleta de la cena al pañuelo de mamá, cosía los hilos que la abuela no quería al mantel de la mesa, cosía y cosía hasta caerse de sueño.
     Por las mañanas mamá montaba en cólera, papá se tapaba la boca porque no aguantaba la risa, la abuela temía por sus agujas y Felix guiñaba un ojo aprobando lo que su hermana hacía.

     Unas Navidades recibió el mejor regalo que podía esperar ¡¡ la caja de costura de su abuelita!! Ella misma se la había envuelto, con todo su cariño, en un bonito papel de seda. Le enseñaría lo que sabía y, así se lo dijo cuando se la dio.
     Por las mañanas cumplía con lo que mamá mandaba: ayudaba en casa, leía sus cuentos favoritos, paseaba con su abuela… y las tardes las pasaba aprendiendo cada punto que Eve le mostraba.
     Tan sólo unos meses y Estela ya era la maestra de su maestra. Jamás cosió la abuela un bolsillo más.
     Pronto comenzó con su colección de invierno, conjuntos de gorros, bufandas y guantes. Le gustaba andar bien calentita en invierno. Todo un armario lleno.
     Se enamoró de la falda que Valen, la cigarra, llevaba. Unos días después contaba con su segunda colección, faldas de todos los colores, motivos y telas. Le siguieron vestidos, pantalones, blusas…
     Mamá no sabía qué hacer con tanta ropa.
     −¡¡¡Un mercadillo!!! Dijo la abuela Eve.
     Fue un éxito, vendieron mucho. Estela estaba muy contenta, su mamá orgullosa y la abuela Eve ya preparaba nuevos conjuntos.
     Tan buena era la ropa de Estela que en otros bosques y aldeas se habían hecho eco de la noticia y le llegaban pedidos de todas partes.
     Un soleado día Marcela, una abeja muy viajera, apareció en el mercado, buscaba a la creadora de tan bonitos diseños.

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     Marcela conocía la ciudad. Allí vivían sus primos y desde muy pequeña volaba con sus papás para visitarlos.
     La vida en la urbe era tan distinta al bosque. Todos tenían oficio y los más pequeños iban al cole. Ramón, el profesor era un saltamontes muy divertido pero muy recto. Sus niños tenían que aprender.
     −La ciudad tiene muchos privilegios pero hay que saber y ser fuertes para sobrevivir al día a día, decía.
     En la ciudad había de todo: tiendas con sus flamantes escaparates, papelerías con las últimas noticias del mundo animal, supermercados con una gran variedad de fruta y verdura, los mejores médicos… Una vez, Marcela jugando en Animalocio, el parque infantil más grande de la ciudad, se lastimó su ala izquierda y Emilio, el grillo, reforzó esa rotura, consiguiendo que, a los pocos días, estuviese perfecta.
     Cuando supo de la colección de Estela quiso verla con sus propios ojos, así que ahí estaba, en el mercado.
     No lo pensó dos veces, Estela debía llevar su ropa a la ciudad. Ella le ayudaría, sería su socia, más que eso sería su amiga, ¡su mejor amiga!
     La llevaría a las mejores tiendas hasta conseguir que una puerta se les abriese.
     Por supuesto Estela no lo dudó ni un segundo. Y así, con la aprobación de sus papás y la bendición de su abuela Eve, viajó con todas sus maletas llenas de ropa y de mucha ilusión.

     Tenía miedo, aún le temblaban las patitas al recordar cómo, en el camino, una tarántula envidiosa quiso quitarle sus maletas. Marcela le había picado una cuantas veces, escapando así de sus malas intenciones.
     Ella nunca había estado en la ciudad, no sabía cómo enfrentarse a los peligros pero, veía a Marcela tan segura que olvidaba su temor.
     La llevó a conocer a su familia. La mamá de Marcela les preparó un gran tazón de miel, el viaje había sido largo.
     Los primeros días le enseñó la ciudad, sus parques, sus calles… Estela estaba alucinada.
     Al principio no fue fácil. Agotaban los días sin conseguir si quiera que una tienda se quedase una muestra de ropa.
     Las esperanzas de Estela eran cada vez menores. Regresaría al bosque, de donde no debía haber salido. Ella y su trabajo no valían lo que Marcela había dicho.
     Mientras recogía sus cosas, la abeja viajera gastó el último cartucho, ¡¡una nueva apertura en el barrio!!



     Concha, una cochinilla emprendedora y valiente inauguraba su tienda de ropa. Ella, como Estela era la creadora de sus diseños y le entusiasmó la idea de compartir su negocio.
     Cuando Marcela le contó todo a Estela, no podía creérselo. Ahora sí, su sueño empezaba a ser real.
     Enseguida se hicieron grandes amigas, compartían muchas cosas dentro y fuera del trabajo. Las ventas no podían ir mejor, en pocas semanas se convirtió en la tienda de grandes y pequeños.
     Marcela estaba muy feliz por Estela pero se sentía triste. Apenas podían estar juntas, el tiempo libre de Estela siempre lo pasaba con Concha, parecía que ya no se acordaba de la que fue su amiga y le ayudó en todo lo que había alcanzado.
     La relación entre Concha y Estela desató los celos de Marcela que, una noche, llamó a Estela diciéndole que su abuela Eve estaba muy enferma y su mamá le pedía, por favor, que volviese a casa.
     Esa misma noche Estela regresó al bosque tan rápido que no le dijo nada a Concha.
     Ese era el plan, en cuanto Estela se fue, Marcela corrió en busca de la cochinilla para contarle que Estela se había ido y que nunca volvería. Concha no podía entenderlo, Marcela le explicó que estaba muy enfadada cuando se fue y no pudo hablar con ella.
     Lo había conseguido, había separado a Estela y a Concha.
     En casa, todos se pusieron muy contentos al verla. La abuela Eve estaba bien, Felix ansiaba saber todo sobre la ciudad, mamá hizo su comida favorita y papá brindó por ella y por la familia unida.
     Pero... ¿Por qué Marcela le había mentido? Pensando, Estela se quedó dormida.
     Por la mañana fue el aleteo y alboroto de Marcela lo que la despertó. Estaba entusiasmada, quería estar con Estela, hacerlo todo con ella: desayunar, pasear, comer, comprar, charlar… ¡¡Todo!!
     Entonces lo comprendió, Marcela lo único que pretendía con su mentira era recuperar la amistad que antes tenían. Con lo que le pasó en la ciudad no se había dado cuenta de que  descuidó su relación. Desde la cama, aún con un ojo cerrado, cogió la patita de Marcela y estiró de ella para traerla consigo, la abrazó, la besó y le pidió perdón.
     Marcela la miró, era su amiga, ¡su mejor amiga!   
          

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lunes, 21 de septiembre de 2015

Tengo

Si mis hijas supieran de nuestra amistad de seguro no me creerían. Pensarían que estoy loca, que he perdido la cabeza, lo que agravaría su insistencia y las ganas de ponerme a una mujer en casa.
Ya sabes las veces que hemos hablado de lo de tener a una extraña tocando nuestras cosas, invadiendo nuestro espacio, revolviendo cajones y estantes, perturbando nuestro silencio. Y ¡que pesados con que la compañía me hará bien!
Yo no les pido acompañamiento y si lo hiciera les demandaría el suyo.
Es porque sienten miedo, les asusta que pueda pasarme algo. Me llaman a diario, están empeñadas en llevarme al médico, no me creen cuando les digo que todo sigue igual, que tomo mis pastillas y que no me duele nada.
Sé que fue María, la vecina, quien les dijo que me vio salir a la compra en camisón, que no la saludé al pasar por su lado y que dejé la puerta de casa abierta pero, ¿es que nadie tiene un despiste o un mal día? ¿Nadie contiene demasiado en la cabeza que olvida ponerse un pantalón y una camisa? ¡Con lo bonita que es mi camisola!
No la culpo, no es mala gente. Su defecto es estar pendiente de la vida de los demás. Pobrecita, viuda desde los 30 años, sin hijos, su única hermana vive a 200km de distancia y su mayor entretenimiento, una gata persa, falleció el año pasado. Un día te la presentaré, además cocina unos bizcochos de manzana estupendos. Eso sí, tendrás que rajar con ella más de lo que lo haces conmigo, pues querrá saberlo todo de ti.
Ya sé, ya sé que eres más de escuchar.
Sabes que cuando te vi la primera vez no entendí cómo ni dónde nos habíamos conocido y eso me inquietó, como también lo hizo que te contase y tú no me dijeras nada, tan sólo un ligero asentimiento, esos ojos de comprensión y alguna mueca de desconcierto. Pero ahora, si decides no venir echo de menos nuestras conversaciones. ¡Somos tan parecidas! No te lo he dicho pero me recuerdas a alguien.

¡¡Riinngg!! ¡¡Riinngg!! ¡¡Riinngg!!
Deje su mensaje después de la señal.
-Lucía ¿qué tal? Soy Inés. Está mañana he ido a ver a mamá, no te preocupes se encuentra perfectamente es sólo que... Bueno, estaba sentada a los pies de su cama frente al espejo. Creía que había alguien con ella, la escuchaba hablar, reirse... Lucía ¡no había nadie! Dialogaba con su reflejo, ¡mamá no se reconoce!



Tengo la casa, como se dice coloquialmente, "manga por hombro" pero las ganas de arreglarla no me acompañan.
Tengo unos cuadros horrorosos por todos los lados. Si fueran de paisajes o parajes de ensueño pero, son los espacios de una casa con sus nombres, una casa muy fea. No los limpio porque no me gustan.
Tengo una mujer que me cambia las cosas de sitio, que me hace unas comidas de hospital insanas y que me riñe a la menor escusa. Aunque lo hace a buenas, yo me enfado y ella llora, no lo disimula. No comprendo por qué viene si ya lo hace mi hija.
Tengo una cubertería horrible, los tenedores no pinchan, los cuchillos no cortan, los vasos ya no se friegan. Imagino que lo hacen por mis nietos, para que no se lastimen si se rompe algo pero ya no invito a nadie a comer.
Tengo un teléfono con unas teclas gigantes que uso desde que tú no estás.
Tengo una fotografía mía de cuerpo entero, cual maniquí, en mi habitación. He de reconocer que me gusta, porque a pesar de los años sigo conservando esos rasgos morenos y castizos del sur, esos ojos verdes y labios carnosos, ¡como esa chica que viene a limpiar!
Tengo un solo baño porque un día alguien dijo: -Mamá para ti no es necesario más que un aseo. Y ¿qué voy a replicar yo? Hay un enorme póster encima del lavabo que tiene escrito: ¡Te queremos mamá! Es raro pero es bonito.
Lo que ya no tengo es tu compañía. No quieres compartir tu soledad y permites que yo me quede con la mía. No te gustó que esos hombres, con sus rudas y callosas manos ensuciasen nuestro cuarto, nuestro rincón de confidencias. Te aseguro que a mi tampoco. Pero he de confesarte que ya apenas me acuerdo porque lo que sí tengo, dice mi nieta, son amigos. Hombres y mujeres que, como yo, van cada mañana a aprender.
Y digo bien pues aprendemos de la calidad del ser humano, de la paciencia, la constancia y el cariño que puede dar, aprendemos a no perder la sonrisa, aprendemos que los años y la enfermedad nos enseñan algo nuevo cada día pero, sobre todo, aprendemos gracias a la gran labor que desempeña el equipo de trabajo del Centro Ocupacional o, de la escuela que es como le digo.
Estos profesionales saben que sus ejercicios, sus terapias, sus juegos, bailes y canciones nos ayudan a ralentizar el proceso de este mal, cada vez más diagnosticado, llamado Alzheimer, pero ignoran que el amor con que lo hacen nos toca el corazón y calienta nuestras memorias impidiendo que lo que fuimos y somos caiga en el olvido.

¡¡Riinngg!! ¡¡Riinngg!! ¡¡Riinngg!!
-Inés, buenos días. Quería contarte que hoy mamá, al salir del Centro Ocupacional, me ha pedido perdón por las veces que se molesta conmigo cuando voy a su casa para ayudarla. ¡Lucía! ¡No me ha olvidado!



Porque ellos, los enfermos, me enseñaron que se puede querer sin conocer.

Mi más sincero reconocimiento a todos los que trabajáis por y para este colectivo. 

martes, 15 de septiembre de 2015

El supermercado

  Os dejo la pequeña anécdota de Daniel. Un cuento que admite juego y con el que los niños se divierten participando. Ya sabéis que la explicación a cómo se juega está en la entrada del 23 de julio, indicación//Una linda calabaza.    

  Daniel contaba con 7 años y su hermana Claudia con 3 menos que él. Le encantaba jugar con sus coches, tenía de todos los colores y de todos los tamaños. Pero lo que no le gustaba era cuidar de su hermana pequeña cada vez que mamá salía a hacer la compra.
   Una tarde con su coche de cars, jugando a las carreras en el pasillo de casa, Daniel tiró y rompió uno de los jarrones chinos de su mamá.  A mamá le fascinaban los jarrones. Cuando preguntó quién había sido, Daniel culpó a Claudia y Claudia lloraba y Daniel la acusaba y mamá más  se enfadaba.

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   Como castigo se los llevó a la compra. No iban a tardar mucho porque sólo comprarían lo necesario para hacer un gran bizcocho. Era el cumpleaños de Daniel justo al día siguiente. Bastaría con: azúcar, leche, chocolate y galletas, bueno también cogió pepinillos y paté. 
 Montados en el coche, mamá pidió a Daniel que le recordase la lista de la compra. -Leche, galletas, azúcar, chocolate, paté y pepinillos, repetía Daniel, y Claudia a su vez -galletas, azúcar, chocolate, leche, paté y pepinillos.                                       
      Llegaron al supermercado y les dijo: -¡Daniel, Claudia! vayan a por el chocolate, yo cogeré el paté y los pepinillos; nos vemos en el pasillo de la leche. Cuando llegaron donde el chocolate, Daniel se quedó maravillado. Había una inmensa estantería llena de tarros de nocilla. Nocilla de todos los colores, nocilla blanca, negra… Daniel sólo pensaba en comer kilos y kilos de nocilla.
      Reunidos en el pasillo de la leche terminaron de comprar el azúcar y las galletas.
     -Bien niños, nos vamos para casa, quiero hacer el pastel antes de la cena, dijo mamá. Mientras ella pagaba la compra, los niños se fueron para el coche. Daniel seguía embelesado con la nocilla. Sin pensárselo se bajó del coche en el tiempo que su mamá guardaba todo en el maletero.
    Daniel volvió al supermercado y fue justo al pasillo de la nocilla, no sabía cual coger si la nocilla blanca, la negra, ¡¡¡NOO!!!, mejor la nocilla de dos colores. Se escondió en un rinconcito, abrió la nocilla y empezó a meter su dedito despacio y después más deprisa y más, más… Daniel era el niño más feliz del mundo.
    Cuando mamá bajó la leche, el azúcar, el chocolate, los pepinillos y el paté, cogió a Claudia y descubrió que Daniel no estaba en su asiento.
     -¡¿Dónde estaba Daniiieeeelll?!
    Subió, de nuevo, a Claudia en el coche y regresaron a la tienda. Mamá preguntaba a los señores y personal del supermercado si habían visto a un niño de 7 años, rubio, con unos pantaloncitos azules. Nadie lo había visto.
     Daniel seguía oculto, sin saber que su mamá lo buscaba, satisfecho por comer tanta nocilla.
     Mamá y Claudia se fueron a casa tristes. Mamá no hizo el pastel, guardó el azúcar, la leche, las galletas y el chocolate.
   Anocheció y cerraron el supermercado, Daniel se había quedado dormido y nadie lo vio. De pronto se despertó, se hacía pis.  -¡¡OOOhhhh Diiioooss!! ¡¿Dónde estaba?! Lloró, quiso salir y volver a casa,  cuando... ¡¡IUIUIUIUIUIUIOIOIIIO!! La alarma.
    Daniel asustado se quedó quieto. En un instante llegó la policía y, allí  estaba él, con los morros manchados de nocilla, llorando y llamando a su mamá.
   Lo llevaron a casa y mamá lo besó, Claudia lloró y lo abrazó. Mamá hizo el pastel, Daniel le ayudaba y le daba  la leche, el azúcar, las galletas y el chocolate.
    Quedó un pastel  buueeníííísimooo.
    Su mamá le explicó el peligro que podía correr al quedarse sólo y le transmitió el miedo que ella y Claudia tuvieron al creer que algo malo le había sucedido. Nunca más tuvo lugar algo como aquello y para su cumpleaños le regalo muchos vasos de nocilla. 


jueves, 10 de septiembre de 2015

La vendimia

http://lasombra.blogs.com/la_sombra_del_asno/2009/10/
Hoy, por fin, después de tanto esperar me voy a estrenar.
Ya tengo la edad y la capacidad de manejar esas tijeras que, todos los primeros de septiembre, mi padre limpia y pone a punto para que, año tras año, unas manos conocidas, otras familiares, incluso algunas novatas sean el motor que las haga funcionar.
Son muchas las que tiene en el cajón pues, como los coches también se estropean. Unas son más pesadas, otras van de maravilla, tanto que apenas se nota el corte, están las que sólo con mirarlas sabes que son las tuyas y las que te tocan porque  ya han cogido las mejores. Tijerillas viejas que pierden el gusanillo, nuevas que se guardan en la guantera del coche, listas para ocupar el lugar de las que se retiran. Yo he marcado las mías, en uno de sus lados le he pegado un poco de cinta adhesiva de color rojo, así sabrán cuales son.

En el recreo les he contado a todos que me voy a vendimiar. Mi papá vendrá a descargar la uva que hayan recogido durante la mañana, comerá rápidamente en casa de los abuelos y ya estaré preparado para irme con él.
Estoy emocionado, no sé si me subiré en la cabina del tractor o en el asiento del remolque. Raúl, mi compañero de mesa en el colegio, me ha dicho que los baches son más divertidos en el remolque.

Suerte que ha dejado de llover, pues se ha pasado todo el fin de semana lloviendo con intensidad. Nubes que llegaban con las ganas de descargar el agua que no había caído en el verano. En casa se respiraba cierto nerviosismo por el miedo a que un nulo estropease la cosecha y el trabajo de todo un año.
Ha salido el sol pero existe la probabilidad de tormenta. Por si así fuera, la abuela me ha echado un impermeable. -Te lo meto en la cesta, me ha dicho.
Nos ha arreglado una cesta con la merienda, unas ricas magdalenas recién hechas, zumos y una coca-cola de 2 litros, con sus correspondientes vasos de plástico.

Cuando llegamos al campo, la cuadrilla ya está en el tajo. José, el hijo de nuestra vecina, un joven de veinte años que pretende sacarse un dinero antes de irse a estudiar, viene en busca de mi padre y le ayuda a vaciar los cuévanos que se han llenado mientras estaba en la cooperativa.
Yo bajo del tractor y voy donde está mamá, una cepa casi tan poblada de uva como de hojas. Su compañera me saluda, es Ana una amiga de toda la vida. Al resto también los conozco: María y Laura, son hermanas, la mayor va en la pandilla de mi primo Luis. Julián y Carmen, una pareja que viene ya un par de años en la campaña.
Como es mi primera vez mi madre se pone conmigo y Ana se va con José, que ya se pone en el hilo. Somos nueve, por eso mi padre irá de non, vendimia las cepas que dan al carril, justo al lado del remolque.
Me enseña cual es la manera de sujetar el racimo con una mano a la vez que con la otra corto el pezote. Las rebuscas me hacen gracia, parecen bolas de adorno como en el árbol de Navidad, -Se cogen mejor y más deprisa si estiras de ellas con la mano, me dice.
No le gusta que cargue el cuévano con mucho peso y llama a papá para que la ayude a echarlo a la pala.


Estoy muy afanado en mi trabajo, quiero ser tan rápido como mi compañera.
Sin darme ni cuenta se ha hecho la hora de merendar. Voy a por la cesta de la abuela y nos sentamos a la sombra del tractor. El calor no nos molesta gracias a que corre el aire y suaviza la temperatura.
Julián saca una bota de vino, hace un agujero en su magdalena y le echa un chorreón, se la pasa a Carmen que hace lo mismo. Nos gusta la idea, así que todos nos comemos nuestra magdalena mojada en vino, costumbre que me contaron viene de años atrás.
Retomamos la faena, noto una ligera molestia en mi espalda que se pasa una vez que me caliento,       -esta noche voy a dormir como un bebé, pienso.
María propone un juego, una especie de adivinanzas con pistas sobre personajes famosos. Mamá y yo somos buenos, hemos acertado bastantes, papá casi no se entera porque está más alejado y cuando participa lo hace a destiempo, lo que nos provoca grandes arrebatos de risa.
-¡Chicos apaguen sus máquinas y guarden sus armas!, se oye gritar a mi padre.
 Es hora de irnos, dejamos los cuévanos sin uva, los escondemos entre las cepas mientras él pone la lona al remolque y desengancha el tractor.
Como esa noche no hay descarga me voy en el coche, quiero ir con mamá a llevar a la gente a sus casas. El ambiente que hay en esta época y a estas horas me encanta. El olor a mosto impregna todo el pueblo y las luces de los pilotos de los tractores iluminan sus calles, llenando la explanada de la cooperativa de colores naranjas y amarillos.

Ha estado genial, los abuelos nos esperan en casa, quieren saber qué tal se me ha dado. Les cuento lo bien que lo hemos pasado y justo llega papá.
-¡Ya estamos todos! dice el abuelo que ha comprado bollos de mosto y está deseoso de  comerlos. Están riquísimos con su azúcar tostada por arriba y ese color rojizo.
La abuela viene desde la cocina con un humeante chocolate con leche, sólo de verlo ya se me hace la boca agua.
No se me ocurre mejor punto y a parte para una jornada de vendimia.

http://www.e-itaca.es/764-chocolate-solidario

viernes, 4 de septiembre de 2015

Los hermanos García

Hace muchos años, cerca de un lindo valle, rodeado de inmensos árboles vivía humildemente la familia García: el papá Ramón, la mamá Carmen y los hermanos García.
Eran felices, los días transcurrían tranquilos. La mamá se ocupaba de las tareas del hogar, el papá salía a cazar, a pescar, se ocupaba del pequeño huerto que tenían detrás de la casa y, los seis hermanos García dedicaban la mañana al estudio y las tardes a jugar en el maravilloso valle que quedaba junto a la casa.

Jamás atravesaban los inmensos árboles. Mamá era muy temerosa y no les dejaba jugar cerca, pues nunca nadie había visto lo que allí había. Carmen los vigilaba cada tarde sentada en su mecedora mientras tomaba limonada.
Los hermanos García jugaban a muchas cosas: escondite, pilla-pilla, balón… Bueno, al balón a penas si jugaban porque cuando lo lanzaban más allá de los árboles no podían recuperarlo y habían perdido tantos balones que se cansaron de jugar con ellos, aunque cuando se aburrían lo que más deseaban era un balón y poder jugar al fútbol.

Se acercaba el invierno y, los días se volverían grises, cubiertos por las nubes y tan fríos como el hielo, por eso papá Ramón pidió a Carmen que le ayudase a recoger leña para guardarla en el cobertizo y refugiarla de la lluvia.
Antes de salir mamá advirtió a los hermanos García para que no cruzasen los inmensos árboles, que estuviesen tranquilos y no se peleasen, pues ellos no tardarían en regresar.
Los seis hermanos se encaminaron al valle. Jugaron al corro de la patata, jugaron al veo-veo, jugaron al zapato por detrás, jugaron a pi 1,… No sabían a qué más jugar. Papá y mamá todavía no habían vuelto. Entonces propuso el pequeño y atrevido hermano García: −¿Por qué no vamos a los inmensos árboles y recuperamos nuestros balones? ¡¡Así podremos jugar y no estaremos aburridos!!


El mayor de los hermanos quiso ser responsable y obedecer a su mamá y, reprendió el comentario de su hermano pero, todos los demás pensaron que era una gran idea.
Después de unos minutos de discusión los hermanos García se adentraban en los inmensos árboles sin saber el riesgo que suponía.
Decidieron no separarse bajo ningún concepto pero cuando el mediano de los hermanos divisó uno de sus balones perdidos escucharon un gran ruido.
-¡¡¡¡¡GGGGUUUUUUUUAAAAAA!!!!!
Horrorizados echaron a correr. Ninguno recordaba el camino de vuelta al valle, así que acordaron esconderse en una pequeña cueva que apareció en medio de la maleza. Abrazados y a oscuras volvieron a escuchar.
-¡¡¡¡¡GGGGUUUUUUUAAAAAAA!!!!!
Se adentraron más en la cueva. Pensaron quedarse allí, seguros de que papá y mamá no tardarían en ir a por ellos. Agotados se tumbaron en el suelo, notaron que estaba blandito y calentito, una sensación que les gustó. No tardaron en quedarse dormidos.
Amaneció, Carmen y Ramón no los habían encontrado.
Cuando los hermanos García despertaron y, a plena luz del día, vieron lo que bajo sus pies había, gritaron como nunca antes lo habían hecho.
¡¡¡¡¡¡Es un oso!!!!!!
El oso despertó y chilló como los hermanos.
Tan fuertes fueron los gritos que mamá y papá los oyeron y pudieron encontrar la cueva donde estaban. Se asustaron al ver al oso, todos los hermanos corrieron al ver a sus papás y agarrados a sus piernas y brazos regresaron a casa. Por suerte, no les pasó nada.
 Entendieron el peligro que hay en lo extraño, no volvieron a desobedecer a su mamá y nunca, nunca supieron que aquel pequeño oso tratando de ir al lindo valle se perdió y escondiéndose de los ruidos que los hermanos García hacían halló la misma cueva. Su mamá también le prohibía ir más allá de los inmensos árboles, pues nunca ningún oso había visto lo que allí había.