viernes, 30 de octubre de 2015

Halloween era su oportunidad

Habían quedado a las seis, hora en la que hacía su aparición el crepúsculo, tras la puesta del sol.  María, aunque entusiasmada, sospechaba del motivo por el que el grupo más popular de la clase la invitó a salir con ellos.
Era la mañana de Halloween y Raquel, la rubia de las trenzas, la chica por la que estaba todo el instituto se le acercó en el recreo.



-Hemos pensado si te gustaría acompañarnos esta tarde, te vendrá bien un poco de diversión. Iremos al salón recreativo y perseguiremos a los niños disfrazados, seguro que más de uno nos da sus caramelos. ¡Vamos anímate! a tus padres les alegrará saber que no eres tan solitaria como pareces.
Al contemplarla de cerca comprendió porque despertaba tantas pasiones, realmente era preciosa, sus ojos azules oscuros tan profundos como el océano, su nariz delgada dulcemente redondeada, sus labios chiquititos pero carnosos, el color de su pelo amarillo como una mazorca recién recolectada y su voz, su voz sonaba como el canto de un verdecillo.
Tenía la oportunidad que siempre quiso, formar parte de su pandilla y no iba a desaprovecharla. Sería una más, se mimetizaría en su ambiente, en su rollo, hasta tal punto que iban a preguntarse por qué no la habían conocido antes. Y aunque algo en su intuición la alertaba de cierto peligro no quiso darle importancia.
No imaginaba las verdaderas intenciones de Raquel y el resto.

Cuando la vieron llegar disimularon sus sonrisas y algunos gestos de picardía que rallaban la malicia.
-¡María! Qué bien que hayas venido, dijo Manuel, el más alto de los cinco.
-¿Por qué no echamos unas partidas mientras nuestras presas recogen la sabrosa mercancía?, añadió Carmen frotándose las manos.
Carlos y Alfredo golpearon sutilmente la espalda de María y siguieron a Carmen.
Jugaron al billar, al futbolín y terminaron picándose en una máquina de persecución y tiroteos. Todos se divertían pero, lo mejor estaba por venir o, al menos eso creían.
-Ya es la hora, dijo Carlos.
A María le disgustaba la idea de asustar a unos niños inocentes pero no lo mencionó.
-Tenemos que comprar la cerveza, Raquel encárgate tú, a ti no te pedirán el dni.
-¿Cerveza? Preguntó María, pero nadie le contestó.
Salieron del salón, la noche ya estaba cerrada, se cruzaron con un par de fantasmas que miraban el interior de sus bolsas. Las primeras víctimas pensó, más no les increparon.
Se dirigieron a la salida del pueblo, corrieron detrás de unos cuantos niños, momias y dráculas que chillaban en su huida.
Pronto se percató, caminaban en dirección al cementerio.

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Manuel la cogió de los hombros, -estamos intrigados María, siempre tan callada y obediente, envuelta en ese halo de misterio, por eso te hemos traído con los que son como tú.
Los demás escuchaban atentos y dejaron escapar unas escandalosas risas cuando Manuel terminó de hablar.  
Lo había averiguado, a quien pretendían aterrorizar esta vez era a ella.
Pudo zafarse de Manuel y haberse precipitado por el camino de grava que le quedaba a la derecha, con suerte la habrían dejado ir pero, prefirió aguantar y ver lo que le tenían preparado. Sólo hoy se reirían de ella, de lo contrario la mofa continuaría el resto de curso.
La puerta del cementerio estaba cerrada, como supuso la saltaron. Tenía miedo pero no iba a dejar que ellos lo notaran.
Se detuvieron ante el panteón de una niña de familia acaudalada, fallecida tras ser arrollada por una moto cuando cruzó la calle en busca de su balón.
-Seguro que con ella entablas una bonita amistad, comentó Carmen. Vas quedarte un ratito a su lado a ver que te cuenta. No se te ocurra salir detrás de nosotros.
Se reían como locos mientras la abandonaban en mitad del camposanto.
Ni una lágrima, no iba a derramar una sola. Saldría de allí una vez que ellos hubieran desaparecido pero, de repente algo rodó hasta sus pies, sin atreverse a bajar la vista, pensó en el balón de la niña muerta. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, la sugestión hizo el resto, ¡la niña estaba allí! sus piernas se movieron tan veloces como el viento. Saltó la verja sin saber cómo, dejando a los que visualizó como sus nuevos amigos bebiendo cerveza y burlándose de ella.

De vuelta al instituto, después del puente, las sillas y mesas de Raquel, Carmen, Manuel, Carlos y Alfredo estaban vacías. Nadie volvió a verlos. Únicamente María sabía que fue la niña atropellada quien se quedó con sus almas. Así nunca más jugaría sola.

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