lunes, 23 de noviembre de 2015

Martín y su conejo

A lomos de una montaña vivía Martín con su mamá en una casita de ventanas verdes y tejado azul. Tenían un pequeño jardín donde jugaba todas las tardes con su conejo. Ramón, que así se llamaba, fue un regalo de su padre.
-Hijo, Ramón estará siempre a tu lado y te acompañará en los días que yo no pueda estar contigo. Él cuidará de ti y de mamá, le dijo en el instante que se lo dio.


-Papá quiero ir con vosotros, le suplicó Martín.
-Debes quedarte aquí y ayudar a tu madre. Además es tu obligación ir al colegio y aprender como el resto de niños. Te enseñaré lo que hago cuando seas mayor.
El papá de Martín era pescador y, junto a otros compañeros, pasaba largas temporadas en alta mar. En cada partida Martín esperaba haber crecido lo suficiente para que su papá lo llevará con él pero, ese esperado momento nunca llegaba.

A Martín le gustaba ir al río, elaboraba una caña de pescar con palos que se encontraba en el camino y se imaginaba junto a su papá en el barco.
Una tarde se llevó a Ramón.
-¡Mamá, Ramón viene conmigo, quiero que conozca el río! ¡Pescaremos juntos! le grito Martín desde la puerta.
-Pasadlo bien y ten cuidado, se oyó a mamá.

Lo pasaban genial. Martín hizo un barco con hojas que movía con su caña por el río y Ramón disfrutaba de la rica hierba que crecía en su orilla. Tan entretenido estaba que, sin percatarse, se alejó demasiado y no conseguía ver a su conejo. Corriendo fue en su búsqueda.
Mamá le advirtió y él se había despistado y había dejado sólo a Ramón y, ahora Ramón no estaba.
Sintió miedo. Por un momento, pensó en papá.
-Si no aparece papá creerá que todavía soy pequeño porque no he sabido cuidar de Ramón y no querrá llevarme en su barco, se repetía.
Disgustado regresó a casa y le contó a su mamá lo ocurrido.
-¡Tienes que ayudarme! ¡Ramón ha desaparecido! ¡Papá jamás me enseñará a pescar!
-Tranquilízate Martín, ha sido un descuido. Vamos a encontrarlo y todo quedará en un susto, le animó su mamá.
Martín y su mamá buscaron por el río, preguntaban a quienes veían, miraron en la montaña... Pasaron la noche preocupados por Ramón.

¡¿Dónde estaba su conejo?!

Cuando por la mañana se despertaron Ramón estaba en el jardín. Su mamá no podía creerlo y Martín era el niño más feliz del mundo. Nunca más lo dejaría sólo.
-Hoy jugaremos en el jardín, le dijo a su mamá.
-Es una buena idea, yo jugaré también, le contestó al tiempo que le guiñaba un ojo.

Salieron de casa, Ramón parecía distinto, como si estuviese viendo algo cuando, de repente, asomo sus orejas una simpática conejita que se acercaba a Ramón lentamente. Era la coneja que Ramón vio en el río y por la que se había esfumado. No se separaban.
Mamá les preparó unas cómodas camas de paja en el jardín.
Los días pasaban y los dos conejitos seguían juntos. Pronto sería la llegada del papá de Martín y éste no deseaba otra cosa. Ansiaba ver a su padre, besarle, abrazarle... pero, sobre todo, quería contarle que Ramón iba a ser papá. La conejita estaba embarazada. Ramón sería un gran papá y él cuidaría de la familia.
-Eso sí era de ser mayor. ¡Pronto saldré a la mar!



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