lunes, 24 de octubre de 2016

Una historia detrás

Esta noche el frío cala mis huesos y la lluvia congela mis sentidos y, casi que así lo prefiero. Abandonarme al tiempo como un día abandoné mi suerte o, me dejó ella a mí, no sé.
Esta noche ni siquiera los cartones que me cubren hacen de escudo contra mis miedos.
La coraza que tanto me costó vestir y el orgullo que difícil fue de convencer se sienten hoy reblandecidos, tocados y hundidos.
Es como si cada gota caída llegase al fondo de mi alma,como si llenaran la profundidad de un pozo que a punto está de rebosar.
Este año el otoño parece querer retrasar la crueldad de un largo invierno, quizás esta noche sea un aviso de lo que más adelante vendrá y, en realidad, pienso:
-¿Qué más me da?


Para mí los días pasan todos igual y, aunque me duela, confieso que deseo que me gane la oscuridad. Que de las pocas horas de sueño que la vigilia y, a veces, el alcohol me dejan conciliar, me pueda la batalla la muerte y no consiga despertar.
Soy consciente de lo fuertes que suenan ciertas palabras pero, estoy convencido de que en mi final encontraré la paz. Una paz que ansío y que mis pensamientos, el pasado y una devastadora sociedad jamás van a darme la posibilidad de alcanzar.
Mis juicios y el pasado son cosa mía y que yo con mis actos forjé pero, ¿y la sociedad?
Gente que pasa por tu lado y que no quiere mirar porque para todos es mejor ignorar el problema que tratarlo de solventar, gente que nada más ve suciedad, desechos de una trayectoria que no supieron manejar y se permiten con sus gestos castigar tu poca vanidad, gente que lastima sin atreverse a preguntar, pues detrás de estas fachadas inmundas hay historias que contar.
Vidas que se vivieron felices hasta que algo salió mal.
Vidas de las que se adueña el destino y no vuelves a contemplar.
Un destino, en mi caso, convertido en enfermedad. Un amargo dolor que se llevó al amor de mi vida, mi amiga, mi confidente, la madre que quise para mis hijos... Hijos de los que hoy me alegro no tener pues, ¿qué clase de padre sería?
Seguramente un padre olvidado, alguien del que avergonzarse...
Y no, nadie me preguntó:
-¿Es esto lo que quieres, amigo?
Y no, ni siquiera, un jefe ajeno al sufrimiento entendió:
-Lo siento, amigo. No podemos cubrir tus ausencias y sabemos que tu incorporación al puesto supondrá un bajo rendimiento para la empresa, de verdad, que lo lamento.
Y no, tampoco un hermano fue capaz de auxiliar:
-Hermano, amigo, son cuatro bocas las que con un sueldo tengo que alimentar, mi mujer sigue en paro y ya sabes lo mal que la cosa está. Lo siento.
¡Y no, nadie lo siente como yo!
Porque ellos no saben qué es perder lo que más quieres, nadie ha experimentado el vacío que sientes cuando estás sólo y rechazado por aquellos que creíste tener.
Ellos no imaginan lo que es levantarse cada mañana con un nudo en la garganta y esperar, con angustia a que de comienzo el final de la felicidad.
Ellos, seres capaces de disfrazar la cruda realidad, ignoran a qué saben las lágrimas de impotencia.
Nadie, absolutamente nadie, puede ponerse en la piel de quien lo ha perdido todo.
Porque duele...
Porque asusta...
Porque no gusta...
Porque da miedo...
Porque es muy duro...
Así que, que nadie me venga a juzgar, que nadie vuelque su desprecio porque me beba un par de litros al día, puede que más, que nadie mire mis zapatos si no es para ayudar, que nadie sentencie mi vida porque el de arriba de eso se está encargando ya.



Esta noche no hay estrellas que al cielo quieran alumbrar, solamente fieros destellos que nada bueno parecen presagiar.
No hay pasos, ni calles a medio transitar, puertas y ventanas cerradas están y en los hogares la distensión, el ruido, las risas, la conversación, en definitiva, el calor inunda cada rincón.
Para todos una jornada más, para mí un día menos.

Se oyen gritos y una sirena tronar.
Martín, compañero de cajero, ya se cansó de luchar.
¡Qué suerte la tuya que te marchaste primero!