viernes, 2 de octubre de 2015

Estela, la araña modista

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     Estela, la araña modista, había heredado de su abuela las dotes de costura.
     Todas sus vecinas vestían sus diseños: Quita, la mariquita, siempre con su vestido de lunares blancos, pues se cansó de sus lunares negros, Dulce, la mariposa, no se quitaba el pañuelo de flores que Estela le regaló por su cumpleaños, Mina, la salamandra, tenía una falda para cada día de la semana, Diana, la rana, le encargó una cinta de pelo que le hacía sentir la más guapa del estanque, Tina, la hormiga tan calentita en invierno con su bufanda, hasta Manuel, el ciempiés, cubría sus patitas con guantes de colores.
     Estela era muy feliz cosiendo. Mientras sus amigos corrían y jugaban por el bosque, ella prefería la suavidad de las telas.
     Desde pequeña veía cómo su abuela Eve pasaba días enteros con aguja e hilo. Bordaba todo, las sábanas de casa, toallas y cortinas llevaban la firma de la abuela Eve. Si papá llegaba de trabajar con un botón roto la abuela lo cosía, si Felix, el hermano de Estela se caía y rasgaba el pantalón, la abuela cosía un parche y como nuevo.
     Ella quería aprender, le fascinaba lo que con un palito gris se podía hacer.
     Su mamá le compró un juego de botones y aguja de plástico pero, enseguida se cansó y, por las noches, cuando todos dormían cogía la aguja de la abuela Eve y cosía. Cosía una hoja a la cortina del salón, cosía la servilleta de la cena al pañuelo de mamá, cosía los hilos que la abuela no quería al mantel de la mesa, cosía y cosía hasta caerse de sueño.
     Por las mañanas mamá montaba en cólera, papá se tapaba la boca porque no aguantaba la risa, la abuela temía por sus agujas y Felix guiñaba un ojo aprobando lo que su hermana hacía.

     Unas Navidades recibió el mejor regalo que podía esperar ¡¡ la caja de costura de su abuelita!! Ella misma se la había envuelto, con todo su cariño, en un bonito papel de seda. Le enseñaría lo que sabía y, así se lo dijo cuando se la dio.
     Por las mañanas cumplía con lo que mamá mandaba: ayudaba en casa, leía sus cuentos favoritos, paseaba con su abuela… y las tardes las pasaba aprendiendo cada punto que Eve le mostraba.
     Tan sólo unos meses y Estela ya era la maestra de su maestra. Jamás cosió la abuela un bolsillo más.
     Pronto comenzó con su colección de invierno, conjuntos de gorros, bufandas y guantes. Le gustaba andar bien calentita en invierno. Todo un armario lleno.
     Se enamoró de la falda que Valen, la cigarra, llevaba. Unos días después contaba con su segunda colección, faldas de todos los colores, motivos y telas. Le siguieron vestidos, pantalones, blusas…
     Mamá no sabía qué hacer con tanta ropa.
     −¡¡¡Un mercadillo!!! Dijo la abuela Eve.
     Fue un éxito, vendieron mucho. Estela estaba muy contenta, su mamá orgullosa y la abuela Eve ya preparaba nuevos conjuntos.
     Tan buena era la ropa de Estela que en otros bosques y aldeas se habían hecho eco de la noticia y le llegaban pedidos de todas partes.
     Un soleado día Marcela, una abeja muy viajera, apareció en el mercado, buscaba a la creadora de tan bonitos diseños.

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     Marcela conocía la ciudad. Allí vivían sus primos y desde muy pequeña volaba con sus papás para visitarlos.
     La vida en la urbe era tan distinta al bosque. Todos tenían oficio y los más pequeños iban al cole. Ramón, el profesor era un saltamontes muy divertido pero muy recto. Sus niños tenían que aprender.
     −La ciudad tiene muchos privilegios pero hay que saber y ser fuertes para sobrevivir al día a día, decía.
     En la ciudad había de todo: tiendas con sus flamantes escaparates, papelerías con las últimas noticias del mundo animal, supermercados con una gran variedad de fruta y verdura, los mejores médicos… Una vez, Marcela jugando en Animalocio, el parque infantil más grande de la ciudad, se lastimó su ala izquierda y Emilio, el grillo, reforzó esa rotura, consiguiendo que, a los pocos días, estuviese perfecta.
     Cuando supo de la colección de Estela quiso verla con sus propios ojos, así que ahí estaba, en el mercado.
     No lo pensó dos veces, Estela debía llevar su ropa a la ciudad. Ella le ayudaría, sería su socia, más que eso sería su amiga, ¡su mejor amiga!
     La llevaría a las mejores tiendas hasta conseguir que una puerta se les abriese.
     Por supuesto Estela no lo dudó ni un segundo. Y así, con la aprobación de sus papás y la bendición de su abuela Eve, viajó con todas sus maletas llenas de ropa y de mucha ilusión.

     Tenía miedo, aún le temblaban las patitas al recordar cómo, en el camino, una tarántula envidiosa quiso quitarle sus maletas. Marcela le había picado una cuantas veces, escapando así de sus malas intenciones.
     Ella nunca había estado en la ciudad, no sabía cómo enfrentarse a los peligros pero, veía a Marcela tan segura que olvidaba su temor.
     La llevó a conocer a su familia. La mamá de Marcela les preparó un gran tazón de miel, el viaje había sido largo.
     Los primeros días le enseñó la ciudad, sus parques, sus calles… Estela estaba alucinada.
     Al principio no fue fácil. Agotaban los días sin conseguir si quiera que una tienda se quedase una muestra de ropa.
     Las esperanzas de Estela eran cada vez menores. Regresaría al bosque, de donde no debía haber salido. Ella y su trabajo no valían lo que Marcela había dicho.
     Mientras recogía sus cosas, la abeja viajera gastó el último cartucho, ¡¡una nueva apertura en el barrio!!



     Concha, una cochinilla emprendedora y valiente inauguraba su tienda de ropa. Ella, como Estela era la creadora de sus diseños y le entusiasmó la idea de compartir su negocio.
     Cuando Marcela le contó todo a Estela, no podía creérselo. Ahora sí, su sueño empezaba a ser real.
     Enseguida se hicieron grandes amigas, compartían muchas cosas dentro y fuera del trabajo. Las ventas no podían ir mejor, en pocas semanas se convirtió en la tienda de grandes y pequeños.
     Marcela estaba muy feliz por Estela pero se sentía triste. Apenas podían estar juntas, el tiempo libre de Estela siempre lo pasaba con Concha, parecía que ya no se acordaba de la que fue su amiga y le ayudó en todo lo que había alcanzado.
     La relación entre Concha y Estela desató los celos de Marcela que, una noche, llamó a Estela diciéndole que su abuela Eve estaba muy enferma y su mamá le pedía, por favor, que volviese a casa.
     Esa misma noche Estela regresó al bosque tan rápido que no le dijo nada a Concha.
     Ese era el plan, en cuanto Estela se fue, Marcela corrió en busca de la cochinilla para contarle que Estela se había ido y que nunca volvería. Concha no podía entenderlo, Marcela le explicó que estaba muy enfadada cuando se fue y no pudo hablar con ella.
     Lo había conseguido, había separado a Estela y a Concha.
     En casa, todos se pusieron muy contentos al verla. La abuela Eve estaba bien, Felix ansiaba saber todo sobre la ciudad, mamá hizo su comida favorita y papá brindó por ella y por la familia unida.
     Pero... ¿Por qué Marcela le había mentido? Pensando, Estela se quedó dormida.
     Por la mañana fue el aleteo y alboroto de Marcela lo que la despertó. Estaba entusiasmada, quería estar con Estela, hacerlo todo con ella: desayunar, pasear, comer, comprar, charlar… ¡¡Todo!!
     Entonces lo comprendió, Marcela lo único que pretendía con su mentira era recuperar la amistad que antes tenían. Con lo que le pasó en la ciudad no se había dado cuenta de que  descuidó su relación. Desde la cama, aún con un ojo cerrado, cogió la patita de Marcela y estiró de ella para traerla consigo, la abrazó, la besó y le pidió perdón.
     Marcela la miró, era su amiga, ¡su mejor amiga!   
          

http://es.123rf.com/photo_8756753_ilustracion-de-una-arana-tejer-la-palabra-amor.html




3 comentarios:

  1. Que cuento tan bonito!!! Son bichitos pero en el fondo y en ocasiones esto es la vida misma. !!! Fantastico Julia!!

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  2. muy bueno, de facil lectura y comprension aunque jorge junior tiene alguna duda

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  3. muy bueno, de facil lectura y comprension aunque jorge junior tiene alguna duda

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