Leonardo heredó de su padre un hermoso huerto que trabajaba orgulloso esperando ver sus frutos.
Un
día una patata, cansada de estar bajo tierra, junto a sus compañeras gritó y pidió a los tomates que
les ayudaran a salir y contemplar así la luz del día. Ellos lo intentaron pero,
como eran tantos en la mata se rompía y caían al suelo.
Decididos los pimientos que, observaban
a los tomates, les echaron una mano. Y con la vigilancia de las lechugas y los
guisantes consiguieron desenterrar a todas las patatas.
Asombradas vieron el sol, las nubes, los
pájaros… Supieron el color que tenían sus compañeros, todos eran de un color
intenso: rojo, verde… Ellas eran feas y marrones, se entristecieron y lloraron
pero, entonces un guisante les habló:
−Yo soy muy pequeñito y envidio vuestro
tamaño. Ustedes, tienen ese color porque no les da el sol y las cubre la
tierra. La tierra es inmensa y sin ella, nosotros, no podríamos vivir. No os
lamentéis, tenéis un color precioso. ¡El color que a todos nos da la vida!-
Tomates, pimientos y lechugas quedaron
maravillados con las palabras del guisante. No sólo había dado una lección a
las patatas, sino que todos aprendieron lo importante que es la tierra que los
hombres pisan y donde ellos crecen.
Felices las patatas, pidieron que, todos unidos, las volviesen a
enterrar.
Ese año, cuando Leonardo recolectó: sus
patatas, tomates, pimientos, lechugas y guisantes fueron los más ricos y
sabrosos del mercado.
VERSIÓN EXTENDIDA PARA JUEGO
(Más adelante explicaré cómo se juega)
No hace muchos años
vivía un señor en una aldea llamada Tolandia.
Tolandia estaba poblada de pequeños
huertos y, cómo no, este señor que se llamaba Leonardo, tenía un hermoso
huerto.
Aunque vivía solo era feliz porque no
necesitaba nada más que sus fieles hortalizas: patatas, lechugas, tomates,
pimientos y guisantes.
Leonardo trabajaba en la ciudad pero,
por las tardes regresaba a Tolandia y contemplaba orgulloso su huerto. Primero
fue de su tatarabuelo, luego pasó a su bisabuelo, de él a su abuelo y éste se
lo dio a su padre. El padre de Leonardo murió y le hizo prometer que cuidaría
el huerto y que siempre sembraría en él.
Un día, cuando Leonardo estaba en la
ciudad, el huerto o, mejor dicho los productos del huerto cobraron vida.
Fue una patata que, cansada de estar
bajo tierra, junto al resto de tubérculos, gritó y pidió a los tomates que les ayudaran a salir y contemplar
así la luz del día.
Los tomates se pusieron a mover la tierra
pero, como eran tantos en la mata se rompían y caían al suelo sin poder sacar
la patata. Pidieron apoyo a los pimientos que los observaban. Mientras los tomates
y los pimientos asistían a las patatas, las lechugas y los guisantes vigilaban
que nadie pudiese verlos.
Con todo el esfuerzo de los tomates, los
pimientos y la vigilancia de las lechugas y los guisantes consiguieron desenterrar
a todas las patatas.
Por fin vieron el sol, las nubes, los
pájaros, supieron el color que tenían los guisantes, pimientos, tomates y
lechugas. Todos eran de un color intenso: rojo, verde… Ellas se pusieron
tristes. Eran feas y marrones.
Lloraron pero, entonces un guisante les
habló:
−Yo soy muy pequeñito y envidio vuestro
tamaño. Ustedes las patatas tienen ese color porque no les da el sol y las
cubre la tierra. La tierra es inmensa y hermosa y sin ella, nosotros, no
podríamos vivir. No os lamentéis patatas, tenéis un color precioso. ¡¡¡El color
que a todos nosotros nos da la vida!!!!
Los tomates, pimientos y lechugas
quedaron maravillados con las palabras del guisante. No sólo había dado una
lección a las patatas, sino que todos aprendieron lo importante que es la
tierra que los hombres pisan y donde ellos crecen.
Felices las patatas, orgullosos los
guisantes y asombrados los tomates, pimientos y lechugas se rieron y besaron.
Las patatas pidieron que todos unidos
las volviesen a enterrar.
Ese año cuando Leonardo recolectó sus
patatas, tomates, pimientos, lechugas y guisantes fueron los más ricos y
sabrosos de Tolandia.
Luego explicas como se juega
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