Cuando todo
pasa y sólo queda el recuerdo.
La sensación
de que no pudo haber sido mejor.
El asomo de
cierta nostalgia tras lo que tan pronto se fue.
El adiós de
lo que con tanta ansia se espera.
El consuelo
de pensar que vendrán otros momentos, instantes de felicidad que recorrerán
nuestras venas para después perecer en
la memoria.
Con los años
uno toma consciencia de que la resaca es algo más que un incómodo malestar,
fruto de la sed que se tiene el día o la noche anterior y que nos hace lamentar
y prometer no volverlo hacer, sabiendo que, de nuevo, ocurrirá. Pero ha de
pasar, pues debemos celebrar, sin necesidad de tener un motivo, debemos
festejar por lo que nos haga vibrar el alma, debemos participar de esa
sensación de alegría y bienestar que nos da estar rodeados de las personas que
consideramos importantes en nuestra vida, debemos exprimir al máximo aquello
que nos tuvo excitados unos días, unas horas… para que el jugo sea siempre lo
más dulce posible. Porque respirar es más sencillo si huele a farra.
¿Qué sería
del ser humano si no tuviera esparcimiento?
Párate y
piensa en ese día que decidiste no salir sólo porque estabas cansado, triste,
abatido, enfadado o, porque era uno de esos en los que nada te viene bien, ni
siquiera te encuentras cuando te miras al espejo.
¡Piensa! Esa
sensación que tenias no mejoró al no hacer nada, puede que incluso te consumiera.
Desperdiciaste el beneficio de compartir, de dar y recibir, no permitiste la
oportunidad de divertirte, rechazaste la ocasión de disfrutar cada segundo de
tu tiempo libre.
¡Inconsciente! Las paredes de tu cuarto no van
a proporcionarte nada nuevo y, puede que mañana sea tarde.
Sal, pon un
pie en la calle, verás que el otro te sigue, homenajéate sin causa alguna y
emborráchate si la hay. Embriágate de gente, su ruido y devenir, de risas y
conversaciones. Empápate de olores, colores y sabores. Muévete al son de la
música, deja que el baile te libere, te transporte y te lleve a la extenuación.
El descanso
siempre va a esperarte.
El silencio
y la tranquilidad, medicinas necesarias pero no recurrentes.
Las
cefaleas, los vómitos y las tripas rotas son el cierre de una buena fiesta.
Fiesta que evocar y almacenar en la añoranza.
Sólo un consejo: no des cabida a la amnesia. Si
tienen que contártelo vivirás el recuerdo de otro.
Sólo una breve historia:
Él pasa y
ella se sonroja.
Ella pasa y
él la evita.
Después de
todo el curso sin atreverse a hablarle, anoche lo hizo. Pero, ¿cómo lo hizo?
Estaba
nerviosa, no iba a irse de la fiesta sin decirle que le gustaba, que notaba
cómo, a veces, la miraba, que se esperaba cada mañana con cualquier excusa para
verlo salir y, así emprender el camino de regreso a casa y que odiaba los fines
de semana o los días que enfermaba porque no sabía nada de él.
Susana, su
mejor amiga, le ofreció algo para que se tranquilizase. No lo había probado
antes y no sabía tan mal como le aseguraban sus padres, además se sintió más
relajada.
Lo haría, se
sentía segura pero, ¿por qué no bailar y beber un poco más?
Iván cogió
su chaqueta y se dirigía a la salida cuando Eva lo vio. Entre empujones y,
algún que otro pisotón, llegó hasta él.
La cosa no
debió de salir bien, Eva entró, de nuevo, en la fiesta y con voz temblorosa le
pidió a Susana que la acompañase a casa. Susana no la soltó del brazo en todo
el recorrido, no se sentía bien y casi no la entendía cuando hablaba.
Por suerte,
esa noche los padres de Eva cenaban con unos amigos y todavía no habían
llegado.
Susana la
desvistió y le puso el pijama. -Ha sido
mi culpa, pensó. -Le he estropeado lo que con tantas ganas esperaba.-
Cuando Eva
se despertó a la mañana siguiente no recordaba lo que sucedió, Susana tampoco
había visto nada y, al parecer, nadie más estaba fuera. Nadie que pudiera
decirle qué pasó. Si quería saberlo debía preguntárselo a Iván y no se atrevió.
No quiso sentir la vergüenza por no acordarse ni la humillación por lo que
hubiese hecho.
Él pasa y
ella se sonroja.
Ella pasa y
él la evita.
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