miércoles, 28 de septiembre de 2016

Amigas sin diferencia

Cada noche asomada a la ventana, con la luna habla y al cielo clama.
Tan pequeña para comprender y tan grande para sentir.
Sólo es una niña y ya conoce el significado de la palabra dolor. Pero no el dolor físico, ese que notas cuando te lastimas una rodilla tras caer del columpio, sino el dolor del alma. El que une a las personas en su más estrecha intimidad, el que te arranca la piel y encoje el estómago.

http://www.encuentos.com/poemas/el-cielo-se-quedo-a-oscuras/

Cuando Ana llegó al colegio, Clara, inmediatamente, supo que sería su mejor amiga, porque donde el resto de sus compañeros veían diferencias, ella contemplaba amor.
-Ana es una chica especial pero, no por ello deja de ser igual a nosotros. Ella también viene a compartir, a aprender y jugar.
Es posible que donde vosotros deis un paso, ella tenga que dar dos pero, entre todos le ayudaremos y la respetaremos, les dijo la seño antes de que ésta apareciese.
Estaban intrigados, ¿a caso no eran todos singulares?
Por fin, Ana entró en el aula y lo único que Clara vio de particular, fueron sus ojos rasgados y su lengua de trapo. Una lengua que le hizo sonreír desde lo más profundo de su corazón, a sabiendas de que lo que sí iba a ser especial era su amistad.
-Mamá ¿Qué es Síndrome de Down?, preguntó Clara al volver a casa.
Puede que la explicación y la posterior búsqueda de la definición en Google no disipara mucho sus dudas, porque si no era una enfermedad y no tenía cura ¿qué, narices, lo provocaba?
Tampoco le importó, puesto que si la aclaración era de mayores no la entendería. Lo que, verdaderamente, le preocupaba era que Ana estuviese bien. Iba a ser su amiga y temía que algo le sucediera.

Tal y como Clara se propuso se hicieron grandes amigas. Compartían pupitre, estuche y hasta el almuerzo.
Encajaron a la perfección. Clara le apoyaba en todo. Juntas no había quien pudiera evidenciar su retraso.
Con Ana se sentía inmensa y chiquita a la vez, buena y perversa también, juguetona y traviesa... La niña que nunca quería dejar de ser. Se sentía feliz.
Eran las dos, la mayor parte del tiempo. Incluso los días que Ana tenía médicos, logopeda o terapia, Clara pedía a su mamá que la acompañase a su casa para preguntarle -¿qué tal?. Para que supiera que ella siempre iba a estar ahí.
¡Cuántas noches, su madre, tuvo que congelar la comida!, ya que no se podían negar ante la insistencia de Ana por que se quedaran a cenar.

Más que uña y carne y tinta para papel.
Su relación era por todos admirada.
Fueron objeto de burlas, pues ya se sabe de la crueldad de los niños pero, nada las separó.
Solamente el destino es capaz de ejercer tal poder, sin mirar a dónde ni a quién que, ni tan si quiera se cuestiona el daño que puede llegar a hacer.
Y es que una ventosa mañana de Abril Ana no se presentó en clase.
Las hojas que de los árboles caían parecían anunciar que lo que tan rápido y lindo floreció tristemente debía marchitar.
La señorita no supo decirle a Clara el motivo de su ausencia.
Al regresar de la escuela su mamá la esperaba.
El padre de Ana les había llamado.
Al parecer en la noche se puso malita, le costaba respirar y tuvieron que salir de urgencia para el hospital.
-Clara, es difícil aventurar. Su corazón está muy debilitado. Según su papá me contó, ya de bebé la operaron de gravedad. Y, de nuevo, su vida está en su fuerza y en las manos de los doctores. Fueron las palabras que su madre, visiblemente emocionada, pudo pronunciar.
Clara que , incrédula escuchaba, enmudeció, dejó caer su mochila al suelo y se marchó a su habitación.
De la posición en que la cartera quedó y de una cremallera mal cerrada, sobresalía un folio a medias arrugado. Su mamá se agachó para recogerla y éste termino de salir.
Un dibujo emborronado de dos niñas cogidas de las manos. Una con una amplia sonrisa y otra con ojos rasgados.



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