|
http://es.123rf.com/clipart-vectorizado |
Estela,
la araña modista, había heredado de su abuela las dotes de costura.
Todas sus
vecinas vestían sus diseños: Quita, la mariquita, siempre con su vestido de
lunares blancos, pues se cansó de sus lunares negros, Dulce, la mariposa, no se
quitaba el pañuelo de flores que Estela le regaló por su cumpleaños, Mina, la
salamandra, tenía una falda para cada día de la semana, Diana, la rana, le
encargó una cinta de pelo que le hacía sentir la más guapa del estanque, Tina,
la hormiga tan calentita en invierno con su bufanda, hasta Manuel, el ciempiés, cubría sus patitas con guantes de colores.
Estela
era muy feliz cosiendo. Mientras sus amigos corrían y jugaban por el bosque,
ella prefería la suavidad de las telas.
Desde
pequeña veía cómo su abuela Eve pasaba días enteros con aguja e hilo. Bordaba todo, las sábanas de casa, toallas y cortinas llevaban la firma de la abuela
Eve. Si papá llegaba de trabajar con un botón roto la abuela lo cosía, si
Felix, el hermano de Estela se caía y rasgaba el pantalón, la abuela cosía un
parche y como nuevo.
Ella
quería aprender, le fascinaba lo que con un palito gris se podía hacer.
Su mamá
le compró un juego de botones y aguja de plástico pero, enseguida se cansó y, por
las noches, cuando todos dormían cogía la aguja de la abuela Eve y cosía. Cosía
una hoja a la cortina del salón, cosía la servilleta de la cena al pañuelo de
mamá, cosía los hilos que la abuela no quería al mantel de la mesa, cosía y
cosía hasta caerse de sueño.
Por las
mañanas mamá montaba en cólera, papá se tapaba la boca porque no aguantaba la
risa, la abuela temía por sus agujas y Felix guiñaba un ojo aprobando lo que su
hermana hacía.
Unas
Navidades recibió el mejor regalo que podía esperar ¡¡ la caja de costura de su
abuelita!! Ella misma se la había envuelto, con todo su cariño, en un bonito
papel de seda. Le enseñaría lo que sabía y, así se lo dijo cuando se la dio.
Por las
mañanas cumplía con lo que mamá mandaba: ayudaba en casa, leía sus cuentos
favoritos, paseaba con su abuela… y las tardes las pasaba aprendiendo cada
punto que Eve le mostraba.
Tan sólo
unos meses y Estela ya era la maestra de su maestra. Jamás cosió la abuela un
bolsillo más.
Pronto
comenzó con su colección de invierno, conjuntos de gorros, bufandas y guantes.
Le gustaba andar bien calentita en invierno. Todo un armario lleno.
Se
enamoró de la falda que Valen, la cigarra, llevaba. Unos días después contaba
con su segunda colección, faldas de todos los colores, motivos y telas. Le
siguieron vestidos, pantalones, blusas…
Mamá no
sabía qué hacer con tanta ropa.
−¡¡¡Un
mercadillo!!! Dijo la abuela Eve.
Fue un
éxito, vendieron mucho. Estela estaba muy contenta, su mamá orgullosa y la
abuela Eve ya preparaba nuevos conjuntos.
Tan buena
era la ropa de Estela que en otros bosques y aldeas se habían hecho eco de la
noticia y le llegaban pedidos de todas partes.
Un soleado día Marcela, una abeja muy viajera, apareció en el mercado, buscaba a la
creadora de tan bonitos diseños.
|
http://es.123rf.com/stock-photo/bee_cartoon.html |
Marcela
conocía la ciudad. Allí vivían sus primos y desde muy pequeña volaba con sus
papás para visitarlos.
La vida
en la urbe era tan distinta al bosque. Todos tenían oficio y los más pequeños
iban al cole. Ramón, el profesor era un saltamontes muy divertido pero muy
recto. Sus niños tenían que aprender.
−La
ciudad tiene muchos privilegios pero hay que saber y ser fuertes para
sobrevivir al día a día, decía.
En la
ciudad había de todo: tiendas con sus flamantes escaparates, papelerías con las
últimas noticias del mundo animal, supermercados con una gran variedad de fruta
y verdura, los mejores médicos… Una vez, Marcela jugando en Animalocio, el
parque infantil más grande de la ciudad, se lastimó su ala izquierda y Emilio,
el grillo, reforzó esa rotura, consiguiendo que, a los pocos días, estuviese perfecta.
Cuando
supo de la colección de Estela quiso verla con sus propios ojos, así que ahí
estaba, en el mercado.
No lo
pensó dos veces, Estela debía llevar su ropa a la ciudad. Ella le ayudaría,
sería su socia, más que eso sería su amiga, ¡su mejor amiga!
La
llevaría a las mejores tiendas hasta conseguir que una puerta se les abriese.
Por
supuesto Estela no lo dudó ni un segundo. Y así,
con la aprobación de sus papás y la bendición de su abuela Eve, viajó con todas
sus maletas llenas de ropa y de mucha ilusión.
Tenía
miedo, aún le temblaban las patitas al recordar cómo, en el camino, una
tarántula envidiosa quiso quitarle sus maletas. Marcela le había picado una
cuantas veces, escapando así de sus malas intenciones.
Ella
nunca había estado en la ciudad, no sabía cómo enfrentarse a los peligros pero, veía a Marcela tan segura que olvidaba su temor.
La llevó
a conocer a su familia. La mamá de Marcela les preparó un gran tazón de miel,
el viaje había sido largo.
Los
primeros días le enseñó la ciudad, sus parques, sus calles… Estela estaba
alucinada.
Al
principio no fue fácil. Agotaban los días sin conseguir si quiera que una
tienda se quedase una muestra de ropa.
Las
esperanzas de Estela eran cada vez menores. Regresaría al bosque, de donde no
debía haber salido. Ella y su trabajo no valían lo que Marcela había dicho.
Mientras
recogía sus cosas, la abeja viajera gastó el último cartucho, ¡¡una nueva
apertura en el barrio!!
Concha,
una cochinilla emprendedora y valiente inauguraba su tienda de ropa. Ella, como
Estela era la creadora de sus diseños y le entusiasmó la idea de compartir su
negocio.
Cuando
Marcela le contó todo a Estela, no podía creérselo. Ahora sí, su sueño empezaba
a ser real.
Enseguida
se hicieron grandes amigas, compartían muchas cosas dentro y fuera del trabajo. Las
ventas no podían ir mejor, en pocas semanas se convirtió en la tienda de grandes y
pequeños.
Marcela
estaba muy feliz por Estela pero se sentía triste. Apenas podían estar juntas,
el tiempo libre de Estela siempre lo pasaba con Concha, parecía que ya no se
acordaba de la que fue su amiga y le ayudó en todo lo que había alcanzado.
La
relación entre Concha y Estela desató los celos de Marcela que, una noche,
llamó a Estela diciéndole que su abuela Eve estaba muy enferma y su mamá le
pedía, por favor, que volviese a casa.
Esa misma
noche Estela regresó al bosque tan rápido que no le dijo nada a Concha.
Ese era
el plan, en cuanto Estela se fue, Marcela corrió en busca de la cochinilla para
contarle que Estela se había ido y que nunca volvería. Concha no
podía entenderlo, Marcela le explicó que estaba muy enfadada cuando se fue y no
pudo hablar con ella.
Lo había
conseguido, había separado a Estela y a Concha.
En casa,
todos se pusieron muy contentos al verla. La abuela Eve estaba bien, Felix
ansiaba saber todo sobre la ciudad, mamá hizo su comida favorita y papá brindó
por ella y por la familia unida.
Pero...
¿Por qué Marcela le había mentido? Pensando, Estela se quedó dormida.
Por la
mañana fue el aleteo y alboroto de Marcela lo que la despertó. Estaba
entusiasmada, quería estar con Estela, hacerlo todo con ella: desayunar,
pasear, comer, comprar, charlar… ¡¡Todo!!
Entonces
lo comprendió, Marcela lo único que pretendía con su mentira era recuperar la
amistad que antes tenían. Con lo que le pasó en la ciudad no se había dado cuenta de que descuidó su relación. Desde la
cama, aún con un ojo cerrado, cogió la patita de Marcela y estiró de ella para
traerla consigo, la abrazó, la besó y le pidió perdón.
Marcela
la miró, era su amiga, ¡su mejor amiga!
|
http://es.123rf.com/photo_8756753_ilustracion-de-una-arana-tejer-la-palabra-amor.html |