Como
siempre esa emisora de radio, su amiga en la vigilia y su desahogo en una etapa
de la que jamás se vio protagonista. La voz de un ángel que apareció cuando
creía no tener a nadie. Esa que le prestó las alas para permitirle volar y
sentirse libre. Esa que le dio la fuerza para gritar como hacía tiempo no
podía, la que fue cómplice de su secreto y denunciante de sus miedos. Esa que
con sólo girar el sintonizador de su radio arrancaba cada noche llenando los
silencios y disipando sus oscuros pensamientos. La que le descubrió que, como
ella, son muchos los oyentes que quieren y necesitan compartir trozos de su
vida, o tal vez soltarse de lo que les amarra, aún sin cuerdas o cadenas,
incluso desprenderse de lo que les hizo daño. Fragmentos de unas trayectorias
que no tuvieron un desenlace feliz.
A
unos minutos de que comience “Lo que por dentro hierve”, está nerviosa pero se
siente serena. Es el programa que resuena en su habitación, entre sus cosas y
que la hace confidente de otras crónicas. Episodios de personas sin rostro que
siendo ajenos despiertan su debilidad y le arrebatan las lágrimas que no osa a
derramar por ella.
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Con el teléfono en la mano recuerda el momento en el que decidió llamar.
Esa vez sí que le temblaba cada parte de su cuerpo, los dedos al marcar, el
tono al hablar, las piernas que no cesaban de deambular por todas las estancias
de la casa, como si la llevasen a los rincones donde había presenciado el
cambio y le dieran las agallas para escupir la rabia acumulada. Después de la llamada de una joven
incomprendida y solitaria entre sus amigas y compañeros del instituto por su
condición sexual, el estallido de unas palabras bañadas en el anhelo de lo que
pudo haber sido y la melancolía de lo que en realidad era, rezumaban en las
emisoras de algunas almas afligidas, simples curiosos o fieles seguidores de la
locución de quien al otro lado de la línea se hallaba. Derrotada
Sagitario, un apelativo que no se acierta en ninguna de las referencias o
características de este signo pero que ella se había creído y así había
interiorizado, se desnudaba al completo buscando el consuelo que le faltaba. -Quien se suma a nuestro viaje es una valiente y decidida mujer que
seguro encogerá nuestros corazones y a la que daremos la calidez y la ayuda que
precise. Bienvenida Derrotada Sagitario.
Justo lo que dura “Días de verano”
del conocido grupo Amaral, que escuchaba como si de un eco se tratase, desde su
radio y a través del auricular, fue el espacio de que dispuso para resumir lo
que iba a contar. Pues debían asegurarse de que no era contenido inapropiado o
que pudiera herir sobremanera la sensibilidad de los que permanecían esperando
su relato, que no fuera soez ni obsceno. Estaba en antena y por unos segundos pensó en colgar, desconectar el
aparato y olvidarse de ello pero, de nuevo...
-Ánimo Derrotada Sagitario, estamos contigo, te acompañamos desde la distancia.
-Ánimo Derrotada Sagitario, estamos contigo, te acompañamos desde la distancia.
Funcionó.
-He
tenido una vida plena, unos padres que me desearon y me cuidaron como a una
princesa. No he tenido hermanos porque en el parto me negaba a salir, mi madre
hizo un esfuerzo desmesurado, perdió mucha sangre, ambas estuvimos expuestas y
al borde de la muerte. Consiguieron sacarme con fórceps pero, el tiempo y los
medios provocaron fisuras a la que me dio la vida y a mí una cabeza apepinada y
un color amarillento, por lo que pasé veinte días en la incubadora, además me
vendaron los ojos y no recibí lactancia materna. Por ello mis padres decidieron
que no pasarían por eso nunca más. Fueron momentos de mucha angustia, mi padre
en la sala de espera temía por nosotras, mis abuelos lloraban cogidos de las
manos, los médicos y las enfermeras corrían de un lado para el otro. Gracias a
Dios las dos vivimos. Tuve y todavía conservo buenos amigos. Amistades de la infancia,
compañeros de la carrera universitaria y del trabajo, gente que, a pesar de lo
poco que ahora veo, sé que están ahí. Conocí al que fue mi novio durante tres años y mi marido hoy en día.
Inexperta en el amor dejé que fuera él quien me enseñara a querer. Era
perfecto, fiestas, regalos, deseos, celebraciones, caricias, placer y cariño,
mucho cariño. Sentía que lo tenía todo, no concebía una dicha mejor.
Nuestro primer año de casados
pareció sacado de una película de Hugh Grant, trabajo, viajes, familia,
escapadas románticas, más regalos, cenas con amigos… pero como todo lo bueno se
acaba, en mi caso no podía ser menos. Pasó un lunes. Un lunes de primeros de Abril, nos despedimos como cada
día, él a su trabajo y yo al mío. Cuando regresé a la tarde, como de costumbre
la mesa estaba preparada, desde la cocina llegaba un rico aroma a albahaca, oí
descorchar una botella de vino, dejé mi bolso en el perchero de la entrada y me
acerqué para averiguar lo que tan bien olía. Perdí el interés por la comida al
verle. Había bebido, aún sin que los botes estuvieran vacíos por la encimera lo
habría sabido, sus ojos, su voz, su torpeza y su olor lo delataban.
Me dijo que me sentara, la cena estaba lista. No hubo beso, ni siquiera
un saludo. Me lavé las manos y me senté. Sirvió los platos, sopa de tomate con
mozzarella y albahaca, deliciosa. No probó ni una cucharada y yo dejé de comer
cuando me explicó que lo habían despedido. No era un drama pero lo hizo, estaba
hundido y borracho. Traté de animarle, hablamos durante mucho rato, hablamos de
planes, de salidas laborales, hablamos de nuestro futuro. Se tranquilizó pero
esa noche no vino a dormir a la cama. Sería la primera de lo que se convirtió
en una costumbre.
-Y
bien Derrotada Sagitario, supongo que nos pides consejo para ayudar a tu marido
¿no es así? -Él ha encontrado ayuda en
manos de algo y alguien que no le hace ningún bien y que yo ya no me atrevo a
preguntarle. -Entonces ¿qué sucede? -Sigue bebiendo, sale de casa
por la tarde y no vuelve hasta bien entrada la noche. Intenté convencerle para
que abandonase esos hábitos pero me tachó de estúpida niña de papá, dijo que yo
no sabía lo dura que podía ser la vida porque todo me había venido rodado,
escupió en el suelo y casi alcanza mi pie, me empujó retirándome a un lado de
la puerta y se marchó. Lloré y me lamenté durante toda la noche, él la paso
fuera. Desde ese
episodio la relación es distante, nuestras miradas se cruzan muy de vez en
cuando y son tan frías que cortan el aire. Un aire enrarecido, podrido y
maloliente porque el único hedor que hay por toda la casa es a esos botes y
botellas, cascos de alcohol vacíos. -¿Has
pensado en recoger tus cosas y largarte? Tienes a tu familia, un trabajo. No
mereces soportar esa situación.
-Lo
quiero y me duele verle así. Nadie es consciente de lo que nos ocurre. No es
una causa perdida, creo que debo seguir a su lado.
Sólo necesitaba desahogarme.
Sólo necesitaba desahogarme.
Y
sin más, colgó.
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-Te
deseamos la mejor de las suertes Derrotada Sagitario. Gracias por habernos
hecho partícipes de un pedacito de ti. Ojalá que tu vida vuelva a ser
maravillosa. Era tan
agradable, le reconfortaba tanto escucharle. Apagó la radio y se durmió. Dos meses después de
aquello ha marcado el número. Mientras oye uno a uno los tonos piensa en si se
acordarán de su historia. No iba a hacerlo, no sabe que irrefrenable impulso la
ha llevado a presionar la tecla de color verde. Todas las historias tienen un final. Un final que en su caso desconocía
la primera vez que llamó pero que ahora vive y quiere compartir. No es el final
que esperaba pero es un buen final, al menos para ella. -¿Qué te trae por aquí
querida Derrotada Sagitario?
Sin duda no se habían olvidado. No tuvo que simplificar lo que en breve
oirían.
-Primero
pediros perdón por la manera de terminar la vez que os llamé, sentí que ya
había hablado demasiado. -Respetamos vuestras reacciones, las aceptamos y mitigamos cualquier
comportamiento, dijo la voz de ángel.
-Hice las maletas.
-¿Entendemos
con eso que no pudiste ayudarle?
No fue fácil convivir con quien se cree derrumbado pero aproveché cada
oportunidad que me daba. Me cogí unas vacaciones, compré unos billetes de avión
con destino a Las Palmas, me presenté en casa, tiré los malditos vidrios y me lo llevé al
aeropuerto. Me pidió perdón
de todas las formas habidas y por haber. Hicimos el amor con la intensidad de
cuando éramos novios.
Todo eran promesas y
sueños. Promesas y sueños en potencia muy bonitos, en el panorama real meras
palabras disfrazadas.
De vuelta al hogar retomó su adicción y las salidas nocturnas. Conducta
a la que se sumó sus ganas de humillarme y, que no contento con eso también
restringió mis horas de esparcimiento. Me prohibió el gimnasio, un gasto
innecesario habiendo parques y carriles para correr e ir en bici, decía. No
quería que viera a mis amigas, supongo que por temor a que les contase algo, no
le gustaba que hablase con mi madre, siempre metiéndose en nuestras vidas,
manipulándote y decidiendo por ti, como si no tuvieses personalidad, me espetó.
Paradójico ¿verdad? Claramente era él el que me la minaba, quería que fuese su
marioneta, un cacho de carne manejado a través de sus hilos.
No aguantaba
más y la gota que desbordó el vaso fue la noche que, visiblemente excitado, me
sometió a su antojo, con la única intención de saciarse hasta la extenuación.
Me golpeó, maniató, jarró mi blusa y me desgarró las medias, a la vez que
desgarraba también mis entrañas. Me cabalgó como un salvaje. Yo no podía
creerlo, ese no era el hombre del que me enamoré, no era el hombre que erizaba
mi piel sólo con rozarme, el que embelesó mis sentidos y me juró amor eterno. Se
corrió y cayó sobre mí como una pesada losa de hormigón. Únicamente se oían mis
sollozos. Al otro lado de la línea se
hizo el silencio. Un silencio que el locutor no interrumpió.
-No mereces esa
situación me dijiste y esa voz de ángel resonó en mi cabeza una y mil veces. Lo
aparté cuidadosamente evitando despertarlo, sequé mi llanto, tiré mi ropa rota
y rasgada a la basura, me puse unos vaqueros, un jersey y cogí mi valija, lo
imprescindible para no volver nunca.
Las
descoloridas paredes de una vieja habitación de hostal me aseguraron la paz que
necesitaba.
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-Valerosa tu actitud Derrotada
Sagitario, aplaudimos tu acertada decisión. Y, ahora dinos,
cuando contactaste
con nosotros pretendiste desahogarte pero, te auxiliamos más de lo que tú
imaginaste. ¿Cuál es tu intención esta vez? -Quiero
abrir los ojos de quienes los tengan tapados por la sombra del miedo, la venda
del recelo o el pañuelo del engaño. Quiero enseñar que la vida no es, en
ocasiones, como uno espera pero que eso no tiene por qué ser un fracaso. Quiero
ser el ejemplo de alguien que escribió el final de su hazaña, porque los
finales existen pero es uno mismo el que pone la tinta y decide a qué precio.
Y, sobre todo, quiero ser la voz de la acusación. Por desgracia hubo, hay y
habrá personas que no tienen disculpa y actos que jamás deberían tener defensa.
-Bravo
amiga. Permítenos quitarte ese seudónimo que nada te define. Ha sido un verdadero
placer atenderte. Y te incitamos a que, como una auténtica Sagitario abras tu
mente a nuevas ideas y experiencias, ampárate en una actitud positiva y
dispuesta a luchar, eso sí, por buenas causas, cueste lo que cueste. Hemos
aprendido de tu calidad humana, tu bondad y, lo más importante, de tu
valentía. Nos encantan los resultados felices. Gracias.
-Gracias a vosotros por ser el sosiego de quienes atravesamos ciertas
dificultades. Amargos episodios que cicatrizan en el alma y de los que nadie
debería ser víctima o verdugo.
Satisfecha guarda el móvil en el cajón de la
que va a ser su nueva mesita.
Derrotada Sagitario
pudo desprenderse de los harapos que la cubrieron y la vistieron los últimos
años de su matrimonio y ataviarse de las prendas más hermosas y que mejor lucen,
la esperanza y la sonrisa que tanto tiempo mantuvo mermadas.
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