Preso de su peor
pesadilla, había caído en las garras de una especie degenerada. Un orco
despiadado que, cuyo anhelo por alcanzar la perfección, robaba cualidades,
sentimientos y sentidos de quienes creía eran bondadosos.
Maniatado y aturdido por el hedor que
desprendía el pañuelo al que le obligaba a respirar, debía decidir a cuál de
sus sentidos renunciaría.
¿Viviría sin contemplar la belleza? Cual
sátiro amante de la música ¿podría perder el oído? Y ¿esa sensación de rubor en
la piel al tacto con otra persona? ¿Se olvidaría del aroma de una buena
fragancia?
Frente a él la sed del deseo.
¡Un sentido! ¡Sólo uno!
Sudor, sábanas mojadas…
-Un mal sueño, pensó su
mujer al tocar el lado vacío de la cama.
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