Cuento presentado al I Concurso de Cuentos Infantiles Ojos Verde Ediciones, cuya temática era cuentos para contar y como único requisito: una extensión máxima de 700 palabras, incluido el título.
Agradecer que lo hayan seleccionado junto a otros 55 bonitos cuentos que pasarán a formar parte de un mágico libro, el cual os animo a comprar. Disponible en la web de Ojos verdes ediciones.
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Cuenta
una leyenda que tres jóvenes y cándidas hadas practicaban divertidas el uso de
sus inexpertas alas. Reían por encima de los árboles y se retaban a conseguir
vuelos más altos y prolongados, sin advertir que se habían adentrado en el
Reino de las Sombras. Un lugar que nada tenía que ver con su nombre porque en
él se iluminaba cada rincón, la luz de los rayos del sol atravesaba ramas,
rocas… cualquier ser vivo o inerte, llegando a calentar su tierra, propiciando
el crecimiento de múltiples plantas de colores y especies exóticas. Todas ellas
maravillosas. Un regalo a los ojos de quien lo contemplaba.
Pero
desde hacía un tiempo esos ojos no eran más que los de una princesa desdichada
y abandonada en un reino solitario.
En
los años de abundancia, cuando apenas contaba con cinco años de edad, el reino
sufrió un grave incendio. Todos los que allí habitaban huyeron despavoridos.
Muchos perdieron la vida.
El
rey pudo llevar a orillas del río a la princesa y ponerla a salvo bajo las
largas y colgantes ramas de un sauce de Babilonia.
La
pequeña princesa esperó el regreso de sus padres durante horas, incluso días.
Una espera cubierta de lágrimas, cuyo único testigo de su pena y cómplice de su
angustia fue aquel árbol inmenso que, como ella, parecía llorar la tragedia
acontecida.
Pese
a su mala fortuna creció feliz pues, ella con sus medios y esfuerzo convirtió
la oscuridad en luz y calor y el olor del drama en suaves aromas de flores
silvestres.
Nadie,
jamás, volvió a habitar el reino.
Nadie,
jamás, buscó a la princesa.
Nadie,
jamás, vio como la tierra, compungida ante tal devastación, comenzó a ser
generosa con el reino y su princesa, dotándolo de fertilidad, de armonía y
sabor. Dispensándole lo necesario para vivir.
Nadie,
excepto tres despistadas hadas, tuvo la oportunidad de saber de la princesa.
Cuando
las hadas la observaron junto al sauce le concedieron un deseo. No les fue
fácil elegirlo, debían ponerse de acuerdo para aunar su energía y dárselo. Tras
una pequeña discusión, convinieron que lo verdaderamente bonito era conocer más
allá de un reino despoblado. Por ello, le otorgaron el poder de volar, ese que
a ellas les encantaba. Pero, no era un poder eterno, a la semana irían por él.
De nuevo unirían sus fuerzas para recuperarlo.
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La
princesa agradecida con la voluntad de las hadas emprendió su viaje hacia lo
desconocido. Voló sin descanso, emocionada. Todo era hermoso, majestuoso y
soberbio.
Descubrió
montes y montañas, algunas de ellas blancas.
Descubrió
lagos y lagunas, grandes cantidades de agua de las que no vio su fin.
Descubrió
valles y bosques, tierra llena de vida.
Descubrió
nuevas aves y peces, reptiles y mamíferos.
Descubrió,
a su vez, la mano del hombre. Su trabajo e inteligencia pero, también su
avaricia y egoísmo, su osadía y falta de respeto hacia la naturaleza. La madre
de todas las cosas, la que nos proporciona las fuentes indispensables sin
pedirnos nada a cambio.
Descubrió
la contaminación.
Descubrió
riqueza y mucha pobreza. El orgullo y la ira que domina las ansias de quien
controla las acciones.
Descubrió
sentimientos dormidos en el fondo de su alma, la generosidad, el amor y la
solidaridad ante la enfermedad y el hambre.
Descubrió
la paz pero, tristemente, también la guerra.
Descubrió
la destrucción.
Agotada
partió hacia su reino. No quería el poder que le entregaron. Había presenciado
lo más bello y lo más cruel y necesitaba la tranquilidad de su hogar.
Pasó
los días que se sucedieron hasta la llegada de las tres hadas abrazada a su
sauce, cobijada entre sus ramas, sintiéndolas como brazos que la mecían y manos
que la acariciaban. Y así, de esa manera la encontraron. Notaron el dolor en
sus ojos y la impotencia en sus palabras al preguntarle que fue aquello con lo
que se había deleitado.
Las
tres jóvenes hadas sintieron la culpa de su pesar así que decidieron borrarle
sus recuerdos y devolverle la inocencia y la ignorancia con la que siempre
había vivido. Porque ni el más preciado poder debe enturbiar la felicidad de
quien está satisfecho.